El espejo se asusta:
me ve fantasma flaco,
desamparo en cada gesto,
hartazgo de risa encarcelada.
El piso se marea:
percibe mi deambular de náufrago,
pasos teatrales fuera del escenario,
taconeo de atención de botas sin caballo.
La biblioteca se disculpa:
vendió hasta lo que no habÃa leÃdo,
refugia a mis hijos de fachada culpable,
retiene a pocos colegas sin maestrÃa.
El escritorio se acongoja:
acepta que es inútil ante la desilusión,
extrañamos y soñamos la máquina de ensueños,
mis manos muertas sobre su estremecida piel de madera.
La heladera se apaga:
perdió su vocación maternal,
no logra congelar las brasas del hambre,
en nada colabora cuando cocino mate.
La soledad se va:
no me cree persona para abrumarme,
sin un mango para invitarla a un café;
el último abrazo murió en el exilio.
La vida se desvive:
en una sala de espera,
o de pasajeros en tránsito,
pero yo siento que es el purgatorio.
Poeta espectral:
¡alégrate que tu pluma aún te oye,
tu corazón aún busca amar,
y Dios te llevará en elegÃa o dejará que seas poesÃa!