“Borges se murió porque quiso, para igualarse con el resto”.
Christian Masello
“Borges se murió porque quiso, para igualarse con el resto”.
Christian Masello
OTRO PADRE MÍO HA MUERTO
Fue eso lo que te dije al enterarme… “Otro padre mío ha muerto”.
Espero aceptés cierto desorden en mis palabras, y que recibas, eso sí, el peso, pesar y silueta de esta lágrima que recorre la mejilla de cualquiera de nosotros, de quien tenga la desvergüenza de llamarse poeta. Porque un poeta ha muerto.
Cuánta fortuna significa haber querido a un padre y haberse sentido querido por él. El gozo es mayor aún si se hubiera vivido esta experiencia en partida doble (o triple en mi caso, pues debiera incluir a mi padrino de bautismo todavía brindando en Barcelona). Pero lo que no había medido nunca antes es que, al dejarnos un padre, se sufre inversamente proporcional a lo que antes era un privilegio y disfrute eso de tenerlo.
Se puede llorar por frustración o se puede llorar por agradecimiento. ¿Coincidís conmigo? Pocos observadores notarían la distinción entre estas acepciones de lo amargo entremezclado con lo dulce. Que yo me niego a creer que haya sido casual que mi padre verdadero, y ese otro padre que tuvimos, hayan partido con menos de un mes de diferencia. ¿Será también tu tío, Christian, integrante de aquella barca expedicionaria que navegará hasta el umbral de alguna estrella? Tal vez todo fuera para demostrarnos la cercanía de esto que estamos comprobando, el haber recibido otra paternidad muy singular y compartida.
En los últimos veinte años de mi vida, que podría bien decir la mitad de la misma, Luis Eduardo Aute ha estado allí, siempre. Recibiendo mis inquietudes y brindándome el afecto y consejo que, con insistente esperanza, yo le reclamaba. La generosa correspondencia, casi bimestral que atesoro, así lo demuestra. En tinta, por fax y en soportes electrónicos, supo decir la palabra exacta, el consejo necesario, la sugerencia oportuna. Confiesan estas pruebas que en ningún momento le soltaba la mano a la poesía, brindándose en cada palabra con la seriedad literaria e ironía divina con la cual ejercía esa mayéutica que le caracterizaba.
¿Por qué él tuvo ese comportamiento? Lejos de considerarlo que fue debido a una relación especial para conmigo, lo pienso porque se sintió responsable por lo que su arte había provocado en mí, “en ese otro”, y porque su humildad quiso que lo sintiera cercano, “un igual”. Porque un artista sabe que en este mundo necesita de otros artistas para identificarse, para inspirarse, para poder ser. Y él supo ser guía.
Desde muy chico he leído ininterrumpidamente muchos libros al mismo tiempo y sobre los más diversos temas. Y quién se atreve a contrariarme cuando digo que no hay literatura más importante que la de la poética. Pues en eso, de todos los poetas que yo admiraba en mi formación personalizada –guiada por mi propia persona– no había en vida ningún autor contemporáneo con quien pudiera conversar o interpelarme.
Pero un día encontré fascinado que allí estaba, como escondido, Aute.
Imaginá entonces a un joven poeta que le dice a quien más admira, y en ese primerísimo encuentro, que seguirá escribiendo poesía sólo si aquél a quien considera su maestro reconociera que uno tiene esencia para ello. Puedo recordar sus ojos inquietos, indagando la extravagancia de mis palabras en mi mirada. Le pedí entonces que escribiera el prólogo de lo que sería mi primer libro –Reino de Albanta con él como protagonista– si así le parecía.
Tuve suerte entonces, porque la apuesta era importante. De no haber obtenido un buen resultado, podría haber terminado dedicándome resignadamente nomás que a la prosa (o, ya que estamos, a cualquier otro oficio más rentable).
Ya en esos primeros gin-tonics sentí que me había leído el corazón, instándome a que no perdiera jamás esa curiosidad por el conocimiento y la experiencia de vivir. Pero me encomendó a que no arriesgara demasiado mi vida, y a que la cuidara. En lo primero jamás le traicioné, pero, en lo segundo, creo haberle convencido que eran un tanto necesarias mis andanzas y otras danzas.
Muchos artistas nos enseñan a vivir, pero para quienes disfrutamos del mundo de Aute no podríamos imaginarnos una vida sin su existencia. O, quizá, hubiéramos vivido de una manera tan y tal diferente que podríamos no reconocernos al día de hoy. Porque haber comprendido la mirada de Luis Eduardo hizo que percibiéramos la vida y la muerte de una manera única. Sin imponérnoslo, nos ha mostrado un camino a seguir, que no creo que hubiéramos descubierto sin el trazo de su exquisito pincel. Ese mundo poético hoy no podríamos quitarlo ya de nuestras vidas sin dejar de ser quienes creemos que somos; o quienes creemos que podemos llegar a ser persiguiendo ese faro que aún nos mantiene asombrados.
Hoy puedo darme cuenta claramente de la trascendencia que tuvo al enseñarnos algo fundamental y fundacional en nuestras vidas. Quiero insistir y glorificar su ternura. Ese dúo de melancolía y de tristeza, cuando asomaba el sinvivir, sabía el maestro refutarlo por el noble amor que latía venturoso dentro de sí. La ternura que esparcía en cada gesto lo vestía luminoso, y a nosotros nos desnudaba el alma.
Pero también era un poeta innovador que supo como ningún otro hacer de lo cotidiano poesía. Ha sido un creador al que no puedo encontrarle parecidos. Alguien que se animó a poetizar como si nunca nadie hubiera poetizado –y profetizado– anteriormente. Ha sido un poeta cartesiano en el sentido de haber dudado hasta de la mismísima poesía, para luego encontrar respuesta y significado al hallar su veracidad en aquella necesaria sustancia de su ámbito metafísico.
Yo sé que allí… Luis Eduardo estará siempre musicalizando nuestros latidos y divirtiéndose con las acrobacias que alcancen nuestras palabras. Aún más, aquél rey de artistas, estará esperándonos en el camino como señalero de la vida, instándonos a subirnos al tren que busca recorrer el amor constantemente seducido por todo tipo de vapores. Apasionarse como Aute del instante será nuestro desafío.
Tan lejos diríamos de los referentes mundiales que tras sus muertes dejan pueblos divididos y legados malsanos. Aquí mismo, en estos Auterreflejos, todos aquellos que besan su nombre en sus bocas bien podríamos coincidir en que siempre nos ha predicado una poesía sin violencia: su voz ha sido una brisa celestial.
Tras descubrir que hay otros que han sentido a Aute como a un padre, como es tu caso querido Christian, me reconforta en su partida al saber –y él lo sabía– que me dejó a un hermano en el mundo por el tiempo que nos quede por vivir.
¡Vamos!, dale… apurate… que el poeta en Albanta, con su risa pícara, nos espera.
¡Vamos!, dale… apurate… que el poeta en Albanta, con su risa pícara, nos espera.
Abril MMXX
Spalatvs
“Para un lector empedernido, el paraíso debe oler a libro antiguo”.
Christian Maselló
“Este golpeador de máquinas de escribir, domador de plumas empapadas en tinta, gozador del tacto sobre el papiro, debe reconocer que algunas veces tiene que ingresar a la red de redes para recibir una información que no llegaría a tiempo encerrada en una botella que paseara a través del océano”.
Christian Agustín Masello
“Yo pasaba los días (con muchas de sus noches) en una redacción de diario donde todavía se respiraba ese aire cargado con aroma a tinta que uno siempre imaginó que encontraría al trabajar en un periódico, y no el olor neutro a espesura tecnológica que reina desde hace tiempo en cualquier tipo de sala en la que ya no se crea, sino que se fabrica, una publicación».
Christian Masello
Ya que venimos mencionando tanto esto de que las etiquetas sean negras, no quise faltar a la cita de leer el libro, y expresar mi opinión luego, sin que tuviera por momentos en la mesa, y por momentos en mi boca, algún contenido vestido de la tal mencionada manera.
Por escritor, por obsesivo, o porque me gusta la fascinación, le cuesta a uno leer un trabajo tan bien realizado sin preguntarse durante la travesía literaria de cómo lo habrá hecho y de cuánta satisfacción tendrá el autor al ver expuesta una muestra tan preciosa de su creación. Porque este es un libro que lo puede disfrutar cualquiera que no tenga ninguna idea de quién es Joaquín, ni del porqué de tanta molestia de hablar de un tal Sabina. El texto en sí vale la pena -y sin esfuerzo- disfrutarlo como trabajo de letras, y para que también sigamos queriendo al andaluz quienes sí sabemos de quién se trata.
A Christian lo conozco desde la publicación de mi primer libro, Reino de Albanta, y que tras las actuaciones de Luis Eduardo Aute -quien escribiera el prólogo- en Buenos Aires, intentaba vender entre quienes habían ido a ver a ese maestro (también algo de padre) de nosotros dos. No fue porque tuvimos la ocasión de charlar allí mismo en la Avenida Corrientes, sino porque generoso, como lo es él, luego escribiera un artículo sobre aquella pequeña querida obra que yo hiciera. Y así, porque uno siempre desea que sus amigos sean de ese modo, llenos de empatía y con ese bendito don de gente, comenzamos a escribirnos y a acercarnos. Me cuesta ahora recordar el orden de los hechos, o la agenda de mis viajes, pero otra vez coincidimos, también en la puerta de un teatro, tras haber asistido ambos a disfrutar de la voz -y otras bondades- de Adriana Varela, por otra avenida porteña que seguramente él, que documenta mejor yo, pueda recordar. Así, en mis vueltas por aquí y mis huidas por allá, intentaba coincidir para volver a darle un abrazo a quien tal vez, y quizá lo sea, fuera uno de los primeros periodistas -escritor y poeta- que realizara una nota sobre aquel primero librito mío (librito por lo de una cómplice mirada paternal). Como él sabía que me encontraba de a ratos por Madrid, me invitó a la presentación de su libro Tras las huellas del Capitán Sabina, en el café “Libertad 8” de esa ciudad. Harto ya de no coincidir, tal como también ahora se me hace eterno, volé de Croacia a España tan sólo para estar allí, para poder darle ese abrazo. Disfrutar, como siempre lo hago, cuando caigo nuevamente por mis bares de los mandriles y que, casualmente, ¿cosa rara?, han sido por el mismísimo barrio que tanto quiere Joaquín, era una deliciosa excusa. Recuerdo entonces especialmente, y esto no lo creo cosa extraña, la felicidad especial de su padre viéndole presentar el libro a Christian, sin saber demasiado yo, y quizá nada, de lo que sucedía con su enfermedad. Me complace, amigo, haber estado allí en ese momento tan especial, porque también yo, huérfano de padre idílico, sé de tu dolor.
A Sabina lo conocí en boca de Luis Eduardo Aute, cuando cantara esa bellísima canción que le rinde amistad, Pongamos que hablo de Joaquín. No resultó una rareza que también, además del poeta filipino, quedara encantado con los versos del nacido en Úbeda. Porque yo, que no soy canta-autor (más allá que Luis Eduardo lo insistiera), siempre los he sentido a ellos, y a varios de los trovadores de Madrid, unos señores que primariamente son poetas. Recomendaría a todos que leyeran las canciones de Sabina como poesías y que, luego, disfruten también, gentileza de un gran artista, que el mismo creador de esos versos nos los recite otra vez pero ahora en forma de canción, ¡qué ofrenda y qué maravilla! Lavapiés, La Latina, ¿han visto cómo se mueven los suelos de Tirso de Molina? Claudio, el mejor cocinero de Madrid y compañero de esos tiempos, sabe que yo sé que él lo sabe. Espero aquí, en este escrito, aprovechar y pedirle perdón a Joaquín por si alguna vez alguien creyó haberme osado intentar jugar con mi pluma, y con mi acento porteño, a usurpar la sonrisa de alguna de esas mujeres -de todo tipo las hay- que habitan los escondites de ese universo donde el Capitán Sabina me tuviera como polizón. Pues no ha sido tan sólo una vez, ni tampoco juré que no regresaría…
Se me ocurre, y me gustaría arengar en incentivo, agradecerle a Christian el trabajo que hace. Porque él escribe, con ese amor humilde, sobre aquellos que considera sus maestros. Pero yo creo, ¿será que él no lo sepa?, que se encuentra en el mismo taller literario manchado en tinta que él admira. Porque, quiero decir, que él, siendo poeta de los buenos, dedica su esfuerzo para acercarnos detalles necesarios de la vida de otros poetas, y correspondería que, y todo llega, se devuelva tanta dedicación desinteresada rindiéndole un homenaje semejante también a Masello: ¡pero qué difícil será si no es Christian quien lo haga!
Tin Bojanic
Costa Dálmata MMXXI
Reino de Albanta (itinerante)
Gracias al queridísimo escritor Christian Masello he recuperado estas dos entrevistas que él me hiciera, las cuales sirvieron de excusa para crear una amistad. Y qué tesoro es descubrir el haber despertado interés en un hombre de letras que uno admira.
Debe estar conectado para enviar un comentario.