Ahora que miro las flores veraniegas del jardín por la ventana recuerdo cuando no podía ver nada durante el invierno y todo era nieve. ¡Qué frío que hacía! Sí, leer, leer y leer. Y cuando la dueña de la casa a la que le alquilo la habitación me dejaba algo de comida, o algún vinito, sí, ¡eso era fiesta! No sólo porque ayudaba a paliar los sufrimientos de un poeta, sino porque no tenía que ir a enfrentar el frío. Pero ya es verano, y en rieles, me iré a la Costa Dálmata. Y Zagreb no se enojará, porque sabe que siempre, de una u otra forma, porque suerte o por el infortunio, me tendrá de vuelta por sus calles…
El tren me dejó a poca distancia del Palacio Romano de Split. Con mi bolsito y mi boina me presenté ante los muros de la historia. Un dálmata me espera para llevarme a un sitio donde podré quedarme, y porque podré trabajar para él durante la temporada. ¿De qué trabajaré? Bueno, esta vez, y una vez más, de cocinero.
No sé cuántas semanas logré trabajar en ese restaurante, y fue cosa parecida a la temporada anterior, cuando habíamos acordado algo y luego ese algo se transformó en un algo poco del algo que yo quería. Y todo muy abrupto, como siempre sucede del bajón al subidón y viceversa. Porque llegué con la primera ilusión de poder comer como Dios manda en la cocina luego de la dieta de neviscas de Zagreb. Y tras comer y brindar en abundancia, ahora, me veo en un clima más simpático y agradable, con un precioso Adriático azul delante de mis ojos, pero sin haber cobrado lo que se me debe, y sin ya poder ir a dormir al piso que se me hacía mío… Tendré que aguantar unas setenta y dos horas hasta que reciba el dinero por unas traducciones, pero en la espera, ¿qué haré? Si con las kunas que tengo no me alcanza más que para comer un burek de carne, ¡qué de carne!, tal vez de queso… Me iré al Parque Marijan, donde solía correr por las mañanas, pero esta vez, para dormir por la noche…
Debo evitar ser visto por la policía o por la seguridad del Parque. Es que no creo que les guste saber que un poeta eligió por extensión de su reinado ese bosque dálmata de brisas marinas. Por ello me internaré en el sector por donde circulan menos coches. Porque hay coches que circulan durante la noche en este parque también, y como en muchos otros parques del mundo sucede, para que una pareja sin lugar propio pueda adueñarse con sus gemidos placenteros de la naturaleza que tiene a mano…
Qué hermosos árboles. Pero qué tristes parecen a la vez. Porque ellos, tal vez, se dan cuenta de lo que yo no. Es decir, ellos me harán compañía y no podrán salvarme de las balas como en Burzaco, que así lo hicieron algún día. Aunque aquí las balas sean de otra naturaleza de hambre y de otra naturaleza de violenta incertidumbre… Porque una noche, esto de dormir en un parque, no pasa nada, pero si uno no sabe hasta cuándo será, se hace, con cada vez que uno se pregunta a sí mismo esto, muchísima más dura la experiencia. Que ya, que cuando una simpática anécdota no se sabe si se transformará en rutina…
No puede ser, ¿quién me descubrió? ¿Hicieron tanto ruido mis pensamientos? ¿Será algún animal?
Tin – ¿Quién anda ahí? ¡Holaaa!
Hombre – Hola, ¿cómo estás? ¿Acampando?
Tin – No, ¿vos, qué hacés por acá?
Hombre – Hola, soy Rob. Hace unos días que duermo por acá, pero no duermo siempre en la calle, o en el parque como en este caso. Pero estoy esperando un dinero y no tenía otro lugar adonde ir. Además, hace bien al espíritu dormir tan cerca de la naturaleza.
Tin – Bien. Soy Tin, encantado. ¿Hablamos en inglés entonces o en croata?
Rob – Mi abuela era de una isla, pero yo hablo muy poco. Tampoco sé muy bien qué hago acá, pero, en fin, me cansé de estar en Inglaterra sin saber qué hacer y me vine sin saber tampoco qué hacer, pero ahora frente al Adriático…
Tin – Eso tiene algo de lógica.
Rob – ¿Ya te ibas a dormir? Porque tengo una botellita de whisky que, si te parece, la puedo compartir con vos.
Tin – La verdad que estaba solamente pensando en mis cosas y me disponía a contar las estrellas hasta quedarme dormido. ¿Refresca por acá? Pero bueno, sí, estoy para un trago, claro que sí.
Rob – Qué bien. Sí, refresca bastante. Pero no es problema. Si no refresca mucho, te quedás dormido. Si refresca un poco, terminamos la botella. Y si aún sentimos frío después de acabar la botella, es más divertido putear de a dos, ¿verdad?
Tin – Brindemos entonces.
Rob – ¿Por qué brindamos?
Tin – Por la Hermandad del Parque Marijan.
Rob – La Hermandad del Parque Marijan. Me gustó eso.
Tin – Tengo un pedazo de burek si querés…
Rob – ¿En serio? Me vendría muy bien que no comí nada en todo el día.
Tin – ¿Comida no pero chupi sí?
Rob – Es más fácil robar una botella en la gasolinera que un burek en la panadería…
Tin – ¡Ah, bueno!
Rob – ¿Vos también sos descendiente de croatas?
Tin – Sí, como muchos de los que andamos por acá.
Rob – ¿Te pensás quedar mucho tiempo?
Tin – Bueno, la idea no es quedarme a vivir en el parque, pero ya veremos.
Rob – Yo quiero quedarme acá, pero tengo que resolver algunas cosas primero.
Tin – Como comer…
Rob – Sí, debería organizarme mejor para comer.
Tin – ¿Qué hacés de tu vida?
Rob – Soy economista.
Tin – Está jodida la economía mundial puedo ver.
Rob – ¿Vos?
Tin – Yo soy poeta.
Rob – Y vos estás jodido sin importar la economía mundial.
Tin – No seas cruel.
Rob – ¿Acaso la poesía no es hija de la crueldad?
Tin – ¿A qué te referís? La poesía es dulce.
Rob – Exacto, pero nace desde la crueldad, desde lo horrible.
Tin – ¿Sos poeta también?
Rob – No, pero seguí al pie de la letra el If de Kipling, y así me fue, ¡me la jugué entero! Ahora soy todo un hombre, pero de los que viven en los parques.
Tin – En los parques donde hay miles de estrellas, buenos amigos, whisky, conversaciones inteligentes y la Hermandad del Marijan…
Rob – A tu salud.
Tin – A la tuya.
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