Adentrándose

Mi padre me decía siempre que cuando uno se convertía en padre dejaba de ser hijo.

Uno puede recorrer su propio pasado observándose en el presente que sucede con la vida de un hijo. Y a futuro uno va imaginando las cosas que aún irá aprendiendo, e irá comprendiendo las tantas virtudes de ese padre convertido en abuelo. 

Cuán grande es el privilegio de poder presentarle un hijo al propio padre, de poder hacerlo abuelo, cosa que no todos pueden gozar de la experiencia. En mi vida puedo decir que mi padre conoció a su nieto antes de partir, que pude ser elemento para unir a tres generaciones de la misma sangre.

Un buen padre creo que es el que prepara a su hijo para valerse por sí mismo pensando en el momento en que ya no esté. Hablar sobre la muerte siempre es hablar sobre la vida. Volviendo a mencionar lo que siento por privilegio es el de haber tenido un padre hasta después de haber cumplido los cuarenta años. 

Para el adiós uno va preparándose hasta sin saberlo. Pero aún así, el convertirse uno en padre, dejando de ser hijo de hecho, genera ciertos temblores y ajustes emocionales que naturalmente suceden. 

Tras la partida, y en la preparación de la misma, iba recopilando en mi memoria las enseñanzas y todo aquello inmaterial que heredé de mi buen padre. 

Despedirse serenamente de un padre es una necesidad para poder comprender la finitud de la vida y el desenlace que nos tiene previsto la naturaleza. Este es el requisito para poder aprender uno a ser padre, o para finalmente poder cerrar aquella etapa que ha sido la de ser hijo. 

Desde que supe que un cáncer sería la batalla final que él libraría, encontrándome yo en otro continente, pude organizar ir a verlo en tres ocasiones para despedirlo. 

Porque sucedieron muchas cosas inherentes a esta situación que todos experimentamos en la vida, pero porque también ha sido un proceso muy particular debido a la distancia y hasta a la mismísima complejidad del virus que brotaba por aquellos días, y que aún sigue existiendo al momento en que estoy escribiendo estas líneas. En fin, que por eso, quizá haya algo de interesante en este relato que fuera necesario para mí. 

MMXX 

Costa Dálmata

Tin Bojanic

ARTESANO DE LA VIDA

Muerte

Para mí, para vos, para todos,

día tras día, se termina,

me muero, me estoy muriendo,

estoy sufriendo, no hay razón.

Libertad Esclava, sueño olvidado,

oscura e incansable felicidad,

como un arcoíris que perdió sus colores.

El cielo, no tiene estrellas,

golpea tu puerta, te llama,

la carrera, te agota, se acaba.

Dad vuelta esa moneda,

responde, continúa, perdona,

¿quién te sufrió?

vos no sabes el momento, tal vez sí.

Tierra fértil,

bajo un árbol, mucha sombra,

una lágrima, te quería, adiós,

pero a pesar de todo yo era mi mejor amigo,

¿quién me conoció?

Andrés Lucas Jijena Sánchez

Gracias por tu legado

A mi padre

Hasta el final peleaste como un soldado

conquistando cada bocanada de aire,

porque no importaba lo que dijera nadie,

¡para vos la vida era el único bien amado! 

Te fuiste al saber que la batalla terminaba,

sabiendo el dolor que la lejanía produciría;

y tal como lo asegurábamos en profecía,

pude estar y verte partir a tu última morada. 

Con el Rosario de piedra croata que te cuidaba

y los colores de la patria firme celeste y blanco,

te despidió, tucumano, la aldea que te adoptara.

Allí te esperaba tu hijo celestial en ese camposanto,

y mientras te honraban a quienes iluminó tu mirada,

¡yo me arrodillé ante tus restos y legado mi padre amado!

Frankfurt

ARTESANO DE LA VIDA

«Ese respeto que tenía por la bandera argentina y las conferencias que organizó sobre las Invasiones Inglesas generaban una fascinación muy especial cuando era chico, tal como lo mencionara anteriormente. Con ese entusiasmo compartido fuimos juntos muchas veces a diversos homenajes que sucedieron por los veteranos de Malvinas. Recuerdo cuando charlamos con Héctor Elías Bonzo quien fuera el comandante del crucero General Belgrano en el último conflicto».

Fragmento de Artesano de la vida

Sacramento del padre Oscar

Una cosa que me había quedado pendiente de la visita anterior. No creo estar seguro de llamar a estos viajes como visitas, como despedidas, o como instancias. Aquello que no había logrado coordinar fue que un sacerdote le diera el último sacramento, la extremaunción de los enfermos. 

         El padre fue Oscar, de la Parroquia de la Medalla Milagrosa, donde yo fuera bautizado, comulgado y confirmado. La recomendación fue de Fede, el hijo del otro Fernando que mencionara líneas atrás. Este buen hombre acudió a mi llamado, al de quien fuera uno de los fieles de aquella parroquia cuando él no era el párroco. 

         Nos reunimos en el comedor de la casa. Estaba el padre Oscar, Cristina, yo, y ese hijo de Dios que estaba siendo llamado al viaje eterno, Fernando José. Un Fernando José que decidió agregarse el nombre de Ignacio para rendirle homenje a su santo -convertido también en el mío- Iñigo de Loyola. Cosas del destino, cosas de Dios, el padre Oscar poseía un parecido fascinante con San Ignacio. Yo le miraba a mi padre recibir su última comunión y pensaba si él, en su desvarío, no pensaría que estaba cumpliendo su sueño de estar recibiendo la santa eucaristía por parte de su queridísimo santo a quien amó, admiró y persiguió toda su vida. 

         Mientras el padre realizaba el rito pertinente Cristina lagrimeaba mirando hacia otra parte y yo me aseguraba de hacer lo mismo pero en dirección opuesta donde no existiera la posibilidad de cruzar nuestras miradas. 

         El padre con su temple de soldado de Cristo continuaba con su labor en ese valle de lágrimas, tristeza, despedida, pero todo envuelto en un acercamiento con Dios.

TIN BOJANIC ǀ Artesano de la vida

Siempre Unidos

En el quincho de mi casa natal de las Tierras de Adrogué mi hermano Andrés había escrito el lema que mi padre le había adjudicado a la familia en una de sus maderas. En muchas ocasiones mi padre pronunciaba nuestro apellido y el primero que respondiese con un ¡Siempre Unidos! se ganaba un beso y algún regalo a cuenta. 

         Aquel que había crecido entre siete hermanos sabía muy bien del significado de la familia. También sabía muy bien lo que dolía enterrar a un hermano (una hermana suya falleció cuando niña) y fue cosa que siempre nos lo advertía como uno de los dolores más intensos que pudieran sentirse. Lamentablemente pudimos luego saber que tenía razón.

         Siempre Unidos era un mensaje que quiso tomáramos como consigna. Que la familia no se elige y que tan sólo se acepta, que a la distancia uno sabría que siempre el familiar, el de tu sangre, revelaría un valor diferente. Así recuerdo visitas que nos hiciera por Europa e insistía en que nos mantuviéramos unidos.

         En mis visitas a La Argentina fui reencontrándome con tíos y primos que hacía mucho que no veía. Especialmente para quien vive a miles de kilómetros y que ha cambiado su realidad diaria por una completamente distinta, volver a verse en los ojos de un familiar es una experiencia vívida y especial. Tal vez porque todos sabíamos lo que se avecinaba era que el acercamiento se hacía más intenso, más genuino. Ya no éramos los que nos encontrábamos para celebrar la rutina de algún cumpleaños, sino que nos abrazábamos reconociéndonos en el otro, y reconociendo que ese otro, mi padre, llevaba nuestra misma sangre.          

Pude charlar con mis tíos, compartir momentos con ellos, y sentir la hermandad de muchos de mis primos como no creía que ya sucedería con el transcurso del tiempo y sin que supiéramos nada uno del otro. Ese padre, ese tío, ese hermano, había unido a la familia, algo que quiso hacer siempre.

Fragmento Artesano de la vida