Una luna entera

Si paseo por esas mismas calles pero ahora sin ti

notaré tu ausencia con cada paso que hundido

me sumerja en la intención de un bandido

arrebatándome el dulce momento que me di. 

Porque yo quiero volver a bailarte en mis brazos

e intentar que vuelva a mirarme ese tuyo sonreír,

para que me crea yo ser por un instante tu alegría

y desees que sea lo que quieras por ti la luna entera. 

Quizá anoche mientras dormía yo sentía que vivía

la escena acontecida, y lo que no hemos hecho,

guiado por tu recuerdo perfumándome el pecho

despertándome por un latido que reclamó tu compañía.

Lo que yo quiero es volver a bailarte en mis brazos

e intentar que vuelva a mirarme ese tuyo sonreír,

para que me crea yo ser por un instante tu alegría

y desees que sea lo que quieras por ti una luna entera. 

Zagreb

PAISAJES INCENDIADOS

El respeto a la humildad

Me encontraba trabajando, en esta ocasión, en un hostal con forma de casa antigua. Posaba yo en la puerta de entrada dejándome ser mirado por el sol y esperando que sucediera algo que me transportara a otra parte, o que la suerte digna me trajera alguna preciada recompensa por tanta espera en el vacío. Pidiéndolo, ocurrió. 

            Parecerá que los decepcionaré con lo que les entregaré. Porque muy probablemente todos pensarán que el suceso de mi relato corresponde a algo mágico, o a una anécdota memorable que esperará la oportunidad de liberarse en alguna reunión con amigos. Pero he dicho que parecerá una decepción mi asunto, porque el interés comúnmente persigue otras cosas. Pero lo cierto es que he presenciado un caso que, si se le presenta a un escritor, no hay más que hacer que echarlo al papel con la tinta exacta.

            Estacionó un coche en el mismísimo portal donde yo estaba persiguiendo con mi mirada azarosa, la trayectoria de unos pájaros. Descendió del rodado un hombre de unos sesenta años, a juzgar por sus canas, a quien he visto trabajando en la casona el día anterior. Antes de mirarme a los ojos o de pronunciar palabra, este personaje de poca estatura, se puso su traje de carpintero. Recién entonces, y acercándose hacia mí, me entregó su mano, un buen día, y su mirada clara en color y ternura. Le respondí con mi característico entusiasmo y me pidió permiso para pasar a buscar un martillo que dejó olvidado el día de ayer.  Sin necesidad de acompañarle, y tras la gentileza de haberle ofrecido un vaso de agua fresca que rechazó como si en eso pudiera abusar de mi confianza, regresó a los dos minutos con su hallazgo. Me agradeció, se disculpó por haber venido y se despidió cordialmente. También yo le saludé pronunciando con mi mejor dicción croata un hvala, un gracias. Volvió a mirarme con sus ojos tranquilos por última vez, se quitó su ropa de trabajo antes de abordar su coche, y segundos más tarde lo vi perderse por una de las calles que desciende vertiginosamente desde las alturas de Zagreb.

            Aún debo contarles que yo me encontraba vestido con una remera feísima, unos pantalones cortos y, en ese momento, los pies como un hombre en la selva. Sin importar la informalidad que me investía, este hombre, para tan sólo buscar una herramienta olvidada, me brindó una ceremonia y protocolo que conllevó una dulce lección. 

            Su humildad se hizo inmensa en el respeto que se tuvo a sí mismo y en el que entregó a este desaliñado poeta en uno de los tantos trabajos torpes y pasajeros que experimenta. Su actitud me dejó agradecido, tal como se lo hice saber al irse. Un placer haberle conocido, y de haber aprendido un ejemplo de la humildad como edificadora del respeto.  Todo a través de un particular e inmensamente importante carpintero, y mejor aún, de un gran caballero.

 Zagreb 2009

RIENDA SUELTA

Noche de trenes

Bailamos cuatro o cinco tangos, milongas. Algunas veces hicimos buenas demostraciones, y otras veces fue más importante pegarnos los cuerpos y hacer que el baile era asunto nuestro y punto. No sé si respetamos demasiado a la pista… Pero es que esa mujer, alta de fragilidad pequeña, morocha con rasgos de mireya, boca en mueca de felicidad tras haber maldecido tristezas, y ojos de mar con la velocidad de un río… Sus pechos estaban ocultos tras una blusa fea, pero al tantearlos bailando con mis manos recorriendo el espacio que hay entre ellos y la espalda pude comprobar lo atentos que se encontraban. Y su pollera muy bien elegida, larga y negra muy afianzada a sus caderas. Esa pollera provocaba excitación en ella misma sabiéndose gustosa, y a todos los demás en un sinnúmero de ocurrencias de infidelidades oníricas en todos los otros que poseían otra mujer en sus brazos. Todos, mirándonos, o debo decir, mirándola, o debo concluir, mirándoselo…

Fragmento del libro Mi escritor favorito