“Doscientos años luchando por la libertad, aún no conseguida. Porque cómo es posible celebrar un Bicentenario cuando somos colonos del capricho extranjero,  claro que por la traición gobernante, y rehenes de esa misma desalmada demagogia dictatorial que nos ultraja”. (2010)

El gallo Mediodía 

Todo gallo sabe que cuando comienza a amanecer debe esforzarse por cacarear lo más fuerte que pueda para que todos cerca de él se despierten para disfrutar del día. Pero aquí en Gubbio, en Italia, hay un gallo al que todos le llaman, sin que él lo sepa, Mediodía, porque se despierta siempre a la hora de almorzar y comienza a cantar creyendo que está despertándolos a todos. Nadie se atreve a explicarle a Mediodía el porqué de sus días tan cortos. Así, la gente y los animales, decidieron no decirle nada para que no se sintiera mal. Tampoco era problema para nadie, ya que no cantaba a las dos de la madrugada y, por otro lado, ofrecía el servicio de avisarle a todos, cual gallo, de una hora en especial. Aunque en este caso no dijera que había que despertarse y sí que había que comenzar a cocinar. 

Un día, una gallina a la que todos le decían Pico Grande, que jamás fuera invitada para dar un paseo romántico con el gallo Mediodía, algo enfadada por esta situación, se le acercó para decirle que él no despertaba a nadie y que lo que hacía era decirle, a todos los niños, que era la hora de ir almorzar. El gallo vino a mí, vecino y amigo, a preguntarme si esto era verdad. Por amigo y porque ya no podíamos seguir engañándolo dulcemente a Mediodía, yo le contesté que eso era así nomás. 

No cantó más al mediodía al despertar porque se acostumbró a preguntar siempre qué hora era antes de volver a hacer un papelón. Por supuesto, aunque lo intentara, no lograba despertase de madrugada para cumplir con su misión, como se supone que le corresponde, a todos los gallos como él. Tampoco sirvió que yo le intentara enseñar usar un reloj despertador, porque consideraba denigrante para alguien orgulloso como él valerse de un medio que ningún otro semejante usaba. 

Las madres del lugar, reunidas, decidieron ir a hablar con Mediodía días después, porque todos los niños se sentaban tarde a la mesa y cuando la comida ya estaba fría. Las madres cocinaban deseando comer luego junto a sus hijos compartiendo el agua y el pan casero recién horneado. Ante este pedido, el gallo Mediodía no pudo negarse y volvió a cantar todos los días al despertar, tal como lo declara su apodo, al mediodía. 

Caminando por la calle, una tarde, Mediodía se encontró con Pico Grande y se le acercó para darle un piquito. Pico Grande, sorprendida, le preguntó porqué le daba un beso si ella le había hecho quedar mal ante todos enseñándole que no cantaba a la madrugada como se suponía. Entonces Mediodía le dijo a esta gallina que, de no ser por ella, él no hubiera sabido jamás que era el único gallo de su especie que cantaba para avisar que hay que ir a almorzar. Que por ello se sentía un ejemplar único y apreciaba que ella se hubiera fijado tanto en él. Ella, sorprendida, le respondió que soñaba entonces que el gallo más original de todos fuera el único que la invitara a pasear. 

Un día, digo lo que vi, juntos estaban los dos y era ella quien le daba a él varios piquitos suspirando por el gallo Mediodía, el único de su especie en poder hacer las cosas de manera diferente y feliz por sentirse un gallo especial.

MMX

Gubbio

HISTORIAS DEL EDREDON

“La información que presentó el Grupo Jimbo a los medios y políticos argentinos en septiembre de 2010 les quemó las manos y no hubo ninguno que se la bancó. Hoy todos sufrimos las consecuencias de aquella cobardía, aunque ahora, a ellos, les queme la conciencia de sus traiciones”.

El rugby escuela

A los hermanos Borges de Pucará

El sonido de los tapones en el suelo del vestuario, como si fueran gritos que pidieran pronto la calma que provee ya estar clavándose en la cancha. El ir todos juntos, el equipo completo, al trote debajo de la H, dándonos aliento y venciendo el temor que debe quedar fuera de los trazos de cal en el pasto. Calentando los hombres del compañero a la vez que él calienta los nuestros. Todo mientras que el capitán grita que no debemos aflojar nunca y en ningún momento. Estamos allí para demostrarnos de lo que somos capaces, que es un juego, pero que se nos va la vida en ello. Mirándonos todos a los ojos sabiendo que el esfuerzo individual consolidará la fuerza grupal que nos traerá una buena presentación. Porque el resultado final no estará en el marcador sino en la honestidad con la que nos podremos mirar a los ojos luego, otra vez en el vestuario, sabiendo que lo hemos entregado todo, sin engañarnos a nosotros mismos, cosa que no se puede ni se permite. 

Por eso salimos desde las H aplaudiéndonos a nosotros mismos, dándonos ánimo, de la misma manera que aplaudiremos al adversario si nos supera para rendirle justicia, para brindarle nuestro reconocimiento desde un emocionado respeto. Porque en el rugby, que uno sea superado después de haber realizado ese esfuerzo mancomunado llevando al límite a nuestras fuerzas, uno no debe más que aplaudir al rival si lo ha hecho mejor, porque lo habrá hecho como nosotros quisimos y nos habrá dado una lección. Vencidos y vencedores nos daremos la mano o un abrazo en la celebración de haber podido disfrutar de esa misma pasión, de esa tradición que se transmite de entrenadores a jugadores, como si fuera de padres a hijos. Por ello, todos los integrantes de la gran familia del rugby, de cualquier camiseta, existen porque existen los otros, y eso hace que se conforme una hermandad.

En el rugby uno puedo variar las estrategias del juego dependiendo las potencialidades propias y adaptar las tácticas acorde a las ambiciones y destrezas del oponente. Se puede decidir presionar con los forwards o liberar el juego con los backs, pero hay cuestiones que no se modificarán en ninguna cancha y en ningún equipo: el rugby es un juego en solidaridad y unión. No es posible realizar ningún ataque y ninguna defensa con individualidades. Todo movimiento del juego se realiza coordinando fuerzas y voluntades. Cuando la pelota cae en los brazos de un compañero, que irá siempre hacia adelante, se sabe que se debe ir a ayudarlo, que no se lo puede dejar solo, porque nos necesita, porque sólo juntos podremos avanzar. Lo mismo ocurre cuando es uno quien tiene la suerte de la pelota y encara al adversario sabiendo que no estará solo, que hay otros catorce jugadores que irán a respaldarlo y que estarán pendientes de lo que uno logre hacer con la posesión de la preciada guinda. 

Cuando se conquista un try se felicita al jugador que tuvo la fortuna de sumar puntos para el equipo, pero las felicitaciones, como la satisfacción, es necesariamente grupal, porque no es concebible que un solo jugador vulnere las líneas adversarias por cuenta propia sin la necesidad de participación del sacrificio de los otros. De igual manera, cuando un equipo recibe la sentencia de los puntos del rival, no hay un responsable único, porque el engranaje habrá fallado, no una sola pieza. 

La escuela del rugby enseña conductas y valores aplicables en todos los órdenes de la vida. Es confiar en el otro y es ser solidario con el otro. Que no hay exigencias imposibles, pero que todas ellas requerirán de un esfuerzo tremendo a la vez que decidido. Que uno no lucha por vencer al contrincante, porque no se concibe la humillación; uno lucha para no fallarle a su equipo y para darle la victoria por la tarea cumplida a sus hermanos, por habernos confiado nuestras suertes recíprocamente. 

Al rugby se lo juega también en la vida, siempre.

MMX

Gubbio

ESCUPIR TINTA

Felizmente endiosado

Me encontraba leyendo y apuntando algunas cosas en la máquina, sentado frente al escritorio. Repentinamente me sentí débil. Me senté en la cama dejando el libro abierto, una pluma sobre un cuaderno, y la pantalla aún encendida.

Sentía que me hundía en la cama, pero luego comencé a sentirme, por el contrario, que el peso de mi cuerpo se hacía muy ligero. Me sentí liviano, pero esencialmente en cuanto a mis pensamientos. La mente pareció expandirse, como si todo mi cuerpo se transformase en un cerebro en armonía, y como si cada una de mis células fueran sólo neuronas ejercitando una perfecta sinapsis altamente inspirada. 

Es emocionante recordar ese instante de paz interior y de tranquilidad de pensamiento que acontecía. Como si estuviera proyectándose en mi mente una filmación debidamente preparada para mí pude ver cómo una gran sustancia iba desprendiéndose en pequeñas sustancias igualmente constitutivas. Al acercarse la imagen parecían las pequeñas sustancias separarse o estar separadas, pero al alejarse la proyección de esa función se mostraban como partícipes de un todo y siempre interconectadas. En ningún momento pude cuestionar que aquello no se tratase de Dios, porque se me brindaba indubitable, claro, puro. El cerebro había logrado una conceptualización de lo único, del todo, o mi flexibilidad de pensamiento y sensibilidad cristiana, habían permitido que esta idea llegara a mí, o descubrirla en algún rincón donde desde siempre habitaba. 

El éxtasis que sentí ante esta revelación fue inmenso. Como un relámpago regresé a sentarme frente a mi máquina y escribí en pocos minutos el ensayo Somos hijos de Dios

Jamás olvidaré esas imágenes, y nunca se esfumará esa experiencia: porque siempre me acompañará ese concepto descubierto por revelación. 

Gubbio, 2010

Tin Bojanic

Adentrándose

Hace una semana tuve que renunciar a la Capitanía de los Grupos de Investigación de todos los macabros negocios de la Demagogia Dictatorial luego de cuatro años de trabajo degustando los peores sinsabores. El único apoyo que recibí fue el de mis fantasmas y el de la consciencia de saber que allá, en mi país, las víctimas necesitaban hacerme oír sus lamentos. 

Mi situación de extrema precariedad, los tantos sueños y amores traicionados, la indefensión más absoluta junto al desinterés de los más interesados y la posibilidad de muerte inminente me llevaron a ello y me traen hasta aquí. No renuncié para rendirme sino para que otros hagan lo que ya no puedo.

       Ayer ha muerto el líder de los que me amenazaron de muerte por La Argentina y de los que me acaban de tender trampas por Italia y España por estas últimas semanas. Mi renuncia y su muerte me hacen creer que, tal vez, haya un pasado que ha pasado. A pesar de que no sepa hasta cuándo existirá mi presente y mientras que aún no sé si me espera algún futuro.

Fui escritor desterrado, investigador perseguido, periodista exiliado, amigo ignorado, argentino clandestino, artista desprestigiado, hombre marginado, corazón sufrido, dramaturgo insultado, soldado traicionado, divulgador odiado, cuerpo herido… pero nunca dejé de ser en todo eso, poeta. Por ello se me ocurrió agrupar algunos de los poemas escritos durante este tiempo que, aún no lo sé, quizá pueda ser el último período de mi vida. 

Están las primeras frustraciones vividas en La Argentina, las crudas realidades sobrevividas –aún- en el extranjero, y el testimonio de un escritor que, tal vez, esté despidiéndose, de una particular historia, o de la historia general de su existencia. 

Madrid, octubre MMX

EL GRITO DE UN POETA

TIN BOJANIC

Presagios de mi escenario

Una noche de verano me encontraba con un amigo en la terraza de mi casa. Ambos disfrutábamos de nuestra charla que, casi siempre, tenía por meta a la física, o a esa física que está más allá. Teníamos por entonces unos veinticinco años.

El tiempo es lo que uno siente, y queríamos sentir todos los tiempos. Intercambiábamos opiniones y quién poseía una botella de vodka en las manos. La botella se iba acabando a la vez que nuestros diálogos iban aumentando en intensidad y profundidad. También fumábamos unos cigarros cubanos para relajarnos y disfrutar de la compañía aventurera por tiempos y espacios de la imaginación. 

         Luego él se fue y me quedé mareado por el alcohol cayendo en el colchón que tenía en el suelo de la habitación. La charla también me había sensibilizado, con lo cual, sumándose a la sensibilidad corpórea, comencé a sentirme mitad agobiado y mitad extasiado. 

         De pronto el mareo me hizo sentir que yo y el colchón comenzábamos a girar como unas hélices, a gran velocidad. No sentía pánico pero sí comenzó angustiarme el comprobar que no podía controlar la situación, y que algo extraño estaba ocurriendo. De la misma manera en que todo comenzó, esa hélice que encarnaba dejó de hacerme sentir esa inusual pirueta. Cerré los ojos intentando calmarme, y al volver a abrirlos, pude ver mi cuerpo en el colchón, observándolo como si lo hubiera abandonado, desde la altura del techo de la habitación. Inmediatamente sentí que me alejaba de mi cuerpo con mi alma con una sensación que pudiera sentirse al morir, porque ya no sentía nada corporalmente, porque había abandonado a mi cuerpo. Con la misma precipitación de hechos, increíblemente, me encontré en un teatro, otra vez como observador incorpóreo. Allí se encontraba mucha gente observando un escenario, y en él, un hombre, igual a mí, pero varios años mayor. 

         Lograba reconocerme en ese hombre ante un micrófono y en un teatro con gente esperando que hablase. No distinguía todos mis rasgos, pero desde que había llegado hasta este teatro, tenía la certeza que era yo mismo en el futuro a quien estaba viendo. El bullicio, ese otro yo, y todos los movimientos de la gentes se congelaron súbitamente, en el preciso momento en que ese hombre, en que un yo del futuro, parecía que comenzaría a hablar. 

         Mientras podía observar la quietud de la escena, congelados todos los movimientos físicos, en un silencio perfecto, una voz me habló diciendo algo así: “podrás decir y hacer todo desde la maldad y todo desde la bondad, está en vos decidir y elegir el mensaje”.

         Después de oír esa voz que me dejó turbado, nunca mejor dicho, el alma me volvió al cuerpo y comencé a despertarme, ya mirando lo que mis ojos veían desde el cuerpo que había abandonado en el colchón. Como en un renacer, fui moviendo los ojos, luego la cabeza, más tarde los miembros hasta incorporarme completamente. Me sentí acompañado por ciertos espíritus en la habitación, que no lograba ver acabadamente, pero que tenía la certeza que estaban allí conmigo. Instintivamente, comencé a danzar torciéndome hacia adelante y hacia atrás y dibujando con mis pasos una circunferencia del mayor tamaño que posibilitaba las mediadas de mi habitación. Sentía que algunos de estos espíritus se encontraban delante de mí, y que otros se encontraban por detrás. Continué con este improvisado ritual hasta que me sentí nuevamente solo y ya en dominio de mi cuerpo. Aunque mi cuerpo poseía facultades extraordinarias porque podía ver, por reflejos, casi todo lo que había a mi alrededor. Las dimensiones se me hacían confusas y lo que no había regresado era la audición, no por completa. Podía oír, pero todo me llegaba de manera lenta y los sonidos parecían retardados. Quise escribir, y no podía controlar mi pluma. Tomé la guitarra e imaginé que compondría lo que nunca hubiera imaginado, y nada sucedió. Fui hasta el baño y al mirarme en el espejo parecía verme como en fotografías, y que fotografías de instantes anteriores se reproducían en el espejo. Estaba fascinado, pero tenía terror de quedarme por siempre en ese mundo de sensaciones trastocadas. Salí a la calle y, de pronto, todo volvió en sí, y los sentidos volvieron a estar bajo mi comando.

         Al regresar a la habitación y dejarme caer en el colchón, me entregué al sueño recordando la escena que había ido a ver al futuro sobre mi actuación en un teatro, sobre mi decisión en cuanto a qué actuación brindaría en los escenarios de la vida.

         Habrá sido pocos días después que escribí el poema Danza con un espíritu premonitorio…

Gubbio MMX

Si vienen…

A Federico García Lorca y a mi fantasma por La Argentina

¿Cuáles ojos arrojaste ante la furia desatada,

sabiendo lo que los brutos iban a buscar?

¿En qué versos y brazos se te ocurrió pensar,

presintiendo que faltaba tan poco para la nada?

Si tú has lagrimeado, te prometo que lloraré,

pero si te has sabido mantener burlesco y entero  

ante ese disparo cobarde que tampoco yo quiero,

si te les has reído, te prometo que yo sonreiré. 

Tú que conocías bien el poder de la palabra en poesía;

yo que sabiendo de tu historia no modifiqué mi destino,

aún si la Demagogia Dictatorial la próxima vez sí dispara.

Tú que en España has muerto por la necedad de un cretino;

yo que por Europa huyo de iguales brutos de mi trágica hora,

si vienen, estate a mi lado, Federico, ¡y hazme caer a tu sombra!

Gubbio 2010