“El poeta moría en el desierto, sin apoyo de nadie y en solitario, defendiendo sus textos y asesinado por la ignorancia. Resultaba profético».
Tin Bojanic
“El poeta moría en el desierto, sin apoyo de nadie y en solitario, defendiendo sus textos y asesinado por la ignorancia. Resultaba profético».
Tin Bojanic
Continuamos recorriendo la ruta mientras nos saludaban familias de cactus por todas partes. En algunos tramos atravesábamos túneles de piedra inmensos que yo suponía serían increíblemente antiguos. La ruta era fascinante y soñaba con poder recorrer de la misma manera toda Latinoamérica.
Angel permanecía callado. Empecé a desconfiar del silencio. Sabía que algo sucedía. El camión empezó a disminuir su velocidad hasta estacionarse a un costado de la ruta. Inmediatamente sacó una pistola y la puso sobre mi sien. Con un odio sorprendente me gritó que me bajara del camión. Le dije que se tranquilizara y que yo no iba a resistirme. Realmente pensaba qué podía hacer pero cualquier movimiento resultaba muy peligroso.
Entonces bajé del camión y le pedí que me entregara mis escritos, los documentos y un abrigo porque sabía que en la noche refrescaría.
Se acomodó sobre los asientos y sin dejar de apuntarme me pidió también las botas, mi pantalón y la remera. No podía quedarme sin nada en el desierto desconocido y sin saber la distancia hasta la próxima ciudad. Quería mis textos que eran la mayor pérdida pero pensé que quienes me querían no me hubiesen perdonado me arriesgase por ellos.
De todas maneras pensé que había llegado a un fin noble. El poeta moría en el desierto, sin apoyo de nadie y en solitario, defendiendo sus textos y asesinado por la ignorancia. Resultaba profético.
Decidí complacer a mi familia. En un movimiento veloz cerré la puerta del camión y corrí en dirección contraria a la trompa del mismo. Tenía que evitar que se bajara para dispararme. Sabía que él no iba a abandonar el camión para ir a buscarme. Esquivé varios cactus en mi carrera hasta que escuché el motor alejarse.
Quería matar a ese desgraciado. No terminaba de entender lo que había pasado. Pensaba en los escritos que me había robado y que sabía jamás recuperaría. Me vi en una ruta desértica sin poesías y me sentí muerto. Me quedé un instante inmóvil frente a un cactus. Sin mis letras mi vida se había acabado. Aunque mi padre tenía en Buenos Ayres copias de muchas poesías, otras tantas, nadie jamás me las devolvería.
Un escritor es lo que escribe. Las letras son su sangre. Si ellas desaparecen todo pierde su sentido. Las emociones que él quiere dejarle a los demás, si no perduran, siente que no ha vivido porque no quedarían huellas en el camino hacia sus sentimientos.
Todos los sueños y lucha pacífica, violentamente desaparecían. En el medio de esa escena que bien pudo haber sido la última que protagonizara en este mundo grité los versos de un poema mío que reza ¡No asesinen a la poesía, déjenla vivir, que sea mía! ¡Hagan lo que quieran con sus vidas, sólo denle libertad a ella, que es mi vida!
No me había quedado nada. Conservaba solamente mi nombre y ni eso podía confirmar sin documentación alguna. Continué el camino en dirección a Monterrey. Cuando pasaba un vehículo me ignoraban haciéndome sentir un espíritu, con lo cual dudaba si Angel en realidad sí había disparado y lo que estaba viendo no eran más que visiones posteriores a mi muerte.
Después de unas horas llegué a la ciudad y pregunté por una comisaría. Tenía que denunciar la pérdida de mis documentos. Nadie sabía informarme. La gente no me contestaba o me ignoraba. Un taxista finalmente se ofreció para llevarme a un destacamento policial. Al dejarme se retiró rápidamente.
Ingresé en el edificio y me presenté a la guardia como un argentino que había sido asaltado. No me contestaban. Realmente no entendía qué es lo que pasaba. Todos se comportaban de forma muy rara.
Cuando llegó un oficial le expliqué mi situación y me dijo que esperara. A la media hora me encomendó a un patrullero para que con ellos intentara identificar al camión que me había robado. Sabía perfectamente dónde encontrarlo porque el demonio de Angel me había dicho hacia dónde se dirigía.
Manejaba un hombre acompañado por una mujer. Yo iba en el asiento trasero como detenido y separado de ellos por una rejilla. A los doscientos metros se detuvieron y el hombre descendió del auto para comprar un refresco. Demoró unos diez minutos. Sin poner el auto nuevamente en marcha bebió un poco y le convidó a su compañera. La mujer, más generosa, quiso ofrecerme pero la pobre infeliz golpeó la botella contra la rejilla bañándolo con el contenido al conductor. Mientras ellos discutían pensaba que Angel ya podría haber llegado a publicar mis poesías en Madrid.
Tomaron la radio y se comunicaron con un superior diciéndole que no habían podido localizar el vehículo y que esperaban nuevas órdenes. No lo podía creer. Debía haber ido a un jardín de infantes a pedir ayuda.
Me trasladaron a unos tribunales para que yo pudiera asentar mi denuncia. Me dejaron en la puerta y desaparecieron igual que aquél taxista. Parecía que nadie quería comprometerse.
En el tribunal recibieron mi denuncia y me entregaron una copia. Les pedí que se comunicaran con el Consulado Argentino para solicitar asistencia. Hicieron una llamada y me pasaron el teléfono. Hablé con una persona que no era argentina y que no entendía lo que yo le decía y entonces cortó la comunicación. No pudimos volver a comunicarnos.
De pronto aparecieron unos periodistas, que aparentemente hacían guardia en el lugar, y me vi ante cámaras y micrófonos relatando lo sucedido. Aproveché para pedir asistencia a la representación argentina y a toda aquella persona que pudiera ayudarme. Ya llegaría una respuesta, sería cuestión de tiempo.
Me había convertido en noticia. Se me ofrecía la oportunidad de los medios de comunicación y no tenía las poesías conmigo. Sentía que las cámaras habían llegado demasiado tarde. Aunque entusiasmado con la posibilidad de dirigirme a mucha gente hablé de la solidaridad latinoamericana, descontando que con ella pronto sería auxiliado.
Pasaron las horas y cayó la noche. Refrescaba cada vez más. Las autoridades del tribunal me pidieron que les dijese a la prensa que ellos me estaban brindando la correspondiente asistencia. Obviamente me negué a hacer tales declaraciones cuando no me estaban ofreciendo nada.
En realidad, me habían ofrecido pasar la noche con unos indigentes en un centro de contención. Tenía que comunicarme urgente con alguien que tomara decisiones.
(Tribunales de justicia)
FRAGMENTO DE «LA VIDA ES POESÍA«, DIARIO DE VIAJE DE UN POETA
Sobre rieles recorrí el sur de Inglaterra. Paseé por ese verde intenso atravesando infinidad de pequeños pueblos. A medida que me alejaba más de London y las casas se mostraban más humildes imaginé que muchas familias de esos lugares años atrás vieron partir orgullosas a sus hijos que viajaban al Atlántico Sur a recuperar el patrimonio imperialista. Estaba seguro que habría muchas madres que aún no han encontrado el significado por el cual algunos de sus hijos nunca regresaron.
Después de unas horas de viaje el tren llegó hasta este puerto desde donde puedo embarcarme con destino a Francia. Dover mantiene el frío gobernante de la isla pero la gente se muestra más cálida.
LA VIDA ES POESÍA
Fragmento de La vida es poesía, Diario de viaje de un poeta
Nuevamente trasladándome, en la búsqueda. Volvía a sentir esa emoción particular que uno experimenta cuando viaja. Recuerdo que un amigo dijo que el mejor momento de un viaje es cuando uno se traslada de un lugar al otro. En ese tiempo las expectativas permanecen intactas y no se debe tomar ninguna decisión. Hay que esperar solamente llegar al lugar que se ha elegido como destino. Es una suerte de tregua con el pensamiento y por ello éste se libera y muchas veces concluye acerca de cuestiones inimaginables u olvidadas.
Abordé el primer vuelo a la Isla de Ibiza. El azar se había hecho amigo mío y nada podía tranquilizarme más.
Poco antes de llegar me desperté y pude desde el aire ver la aproximación a esta porción de tierra flotante en este fuerte azul marino del Mediterráneo. Sentía que la tripulación y yo éramos los descubridores de estas islas que estando tan cerca del continente parecen tan alejadas.
Viajábamos a un lugar secreto y esta vez comprendí el silencio de los pasajeros en el aterrizaje, sellábamos un acuerdo implícito de no develar nuestro hallazgo. Necesariamente mis compañeros debían ser, al igual que yo, aventureros.
Cuando salí del aeropuerto busqué a mi alrededor indicios de encontrarme en una isla paradisíaca. Tenía muchas ganas de sorprenderme y verme en un lugar que nunca antes había imaginado. Quizá siempre exigí demasiado. Pero por alguna extraña razón quería hallar un sitio donde las cosas fuesen muy diferentes a las que ya conocía. Soñaba demasiado para luego decepcionarme al comprobar que todos los lugares que recorría estaban bajo el mismo cielo. Hice dedo hasta la ciudad y me encontré con este puerto muy pintoresco de alegres embarcaciones que flotan tímidas en un mar intenso. Una tranquilidad extrema, nadie tiene la expresión apurada y todos hablan con un detenimiento que parece irresponsable. Es mucha la variedad de gente que aquí llega y el deporte isleño pareciera el intercambio cultural.
La noche de London es el atardecer. Acostumbrado a los horarios latinos siempre llegaba tarde a todos lados. Anoche decidí estar temprano para no perderme los bares típicos ingleses.
Recorrí algunos y las chicas se encantaban con mis botas y mi inseparable habano. Les resultaba gracioso mi personaje y a mí me gustaba que ellas adivinaran de dónde era. Nunca acertaban y cuando les develaba la verdad no sabían dónde quedaba La Argentina. Su defensa consistía en desestimar el resto del mundo porque solamente obtendrían provecho conociéndolo si fueran a un concurso de preguntas y respuestas.
De boliche en boliche terminé en el barrio chino. Hablé con una portera de un club nocturno que me dijo que allí necesitaban a un animador. Me permitió pasar sin pagar la entrada para ir a conversar con el dueño sobre el asunto. Para ello debía descender una interminable escalerilla poco iluminada. Miré a la mujer y me dije a mí mismo ¿Por qué no?
El lugar era irreal. La gente que concurría era de lo más extraña y satisfacía sus más delirantes deseos sibaritas. Había alcohol, drogas, prostitutas, mesas de juego. Luces de muchos colores acompañaban un ritmo musical muy extraño que parecía una danza africana que invocaba a los espíritus, a los malos.
Me quedé sorprendido observando aquella rareza hasta que tres hombres vinieron a saludarme. El del medio, que estaba siendo escoltado por los otros dos, me pidió la invitación para permanecer ahí dentro. Le intenté explicar que yo había ingresado por un trabajo y que la portera me dijo que podría hablar con el dueño al respecto, contestándome que el dueño no me iba a recibir y que debía pagar por estar allí sin invitación. Le dije al payaso de ese circo que no tenía dinero y que por ello me encontraba buscando un empleo.
Pareció no oírme y me reclamó el pago de una cifra inmensa de dinero a la cual respondí diciéndole que dudaba si un político argentino tendría tanto en el bolsillo en una ocasión cualquiera. Furioso me acercó un teléfono y me pidió que me comunicase con algún conocido para lograr reunir el dinero. Los matones me tomaron de los brazos y me sacaron lo poco que llevaba encima. Cínicamente hicieron la cuenta para luego decirme cuánto restaba entregarles.
Viendo irreversible la decisión de ellos de retenerme hasta ofrecerles más dinero, y contraria a mi decisión de irme cuanto antes de ese psiquiátrico, sorprendí a los monigotes y corrí hacia la puerta. Subía esa maldita escalerilla lo más rápido que podía resbalando con mis botas. Al mirar atrás vi que los dos matones enfurecidos subían detrás de mí.
Logré llegar hasta donde estaba la portera y la empujé apartándola de mi camino. Alcancé la primera esquina y no podía creer que todavía estaban persiguiéndome. Decidí correr en dirección al Palacio de Buckingham donde estaba seguro habría muchos policías. Mi velocidad era muy buena pero la de las bestias no aflojaba y por momentos creía que me alcanzaban.
La persecución se extendió por varias calles hasta que finalmente llegué a los jardines del palacio donde salté una pequeña reja que ellos también sortearon con facilidad. Corrí incursionándome cada vez más en los jardines y trepé una segunda reja más alta que la primera para caer desarticulado del otro lado. Me escondí tras unos árboles para descansar y recuperar el oxígeno. Ya no veía a mis cazadores. Miré a mí alrededor buscando un lugar distinto por el cual había ingresado para poder salir de allí.
Me sorprendió en ese instante una voz muy clara y decidida que pidió me quedara quieto y que lentamente me voltease. Obedecí volteándome suavemente y me encontré con dos policías enfrente de mí y un tercero que hablaba por radio más atrás.
Revisaron si estaba armado y me preguntaron qué estaba haciendo en esa zona de restricción absoluta de los jardines del Palacio de Buckingham corriendo desesperadamente. Les expliqué que estaba huyendo de unos ladrones, y felizmente al comprobarse que no tenía ningún elemento peligroso, me creyeron.
El hombre del radio se acercó al grupo y me dijo que toda mi carrera por los jardines fue seguida por la mira de un rifle que no recibió la confirmación de disparar porque era muy extraña mi conducta de mirar constantemente hacia atrás y no poseer ningún objeto extraño. Pedí que le enviaran saludos a ese hombre.
Mientras me escoltaban orientándome a la salida de los jardines pensaba que estuve cerca de cruzarme a la reina o cualquier funcionario imperialista para exigirle que devolviesen todos los territorios usurpados. Les dije a los policías que si podían hacerme un favor y le dijeran a la reina que me devolviera las Malvinas. Porque de no hacerlo un día muchos como yo, sedientos de justicia, vendrían hasta aquí y quien correría en esa ocasión sería ella y solamente con el oro que pudiera sostener con sus manos delictivas.
Volví a mi hotel y decidí irme de Inglaterra.
Como no se me permite vía aérea debido al costo pienso en ir hasta París y desde allí cruzar el Atlántico para abastecerme de dinero en Estados Unidos. No tengo el suficiente respaldo como para seguir soportando el precio europeo. En otra ocasión regresaré. De todos modos, en este lugar, ¿Quién me extrañaría?
(Bar del centro de la ciudad)
La vida es poesía 2001
Diario de viaje de un poeta