Porque siempre jugué como si fuera la última vez, porque cuando todo parecía perdido seguí luchando, porque sabía que el cansancio se terminaba, pero lo único que no desaparecería es la satisfacción de haberlo logrado. No superando a los demás, sino superándome a mí mismo».

Santiago Gómez Cora

“A nosotros nos cuesta mucho sacrificio jugar al rugby, muchísimo, muchísimo, muchísimo, horrores nos cuesta,  pero lo hacemos. ¿Por qué?  Porque tenemos bolas, tenemos orgullo, y sobre todo, carajo, llevamos la camiseta negra y la bandera argentina en el medio, porque somos argentinos. En estos momentos el país está dado vuelta por una lacra, por una sarta de traidores a la patria, de hijos de puta, que se han rasgado las vestiduras poniendo cara de ángeles después de metérsela toda en el bolsillo mientras joden y nos van a molestar a nosotros cada cuatro años. Eso tienen que ponérselo en la cabeza. Bueno, toda esa composición, todo ese cocktail de mierda, lo tienen que tirar jugando. Es lo que les digo. Es por eso que les digo que nosotros tenemos que salir adelante”.

Eduardo Rossi

Pumas Salvajes

Terminó la batalla. Hay lágrimas que mueren en el fuego que transmite el corazón a través de sus miradas. Presentan impotencia sintiendo que no pueden dar más con tanto que aún queda en ellos. Sienten que hay más pasión por entregar y que no sentirán satisfacción hasta que el sacrificio sea de la dimensión que sólo su amor puede apreciar. Es que siempre querrán más y nunca será suficiente acorde a sus exigencias. 

Han peleado solamente protegidos por el ardor de sus corazones y guiados por el desafío que los alentó a buscar siempre el triunfo. Así lo han hecho.

Los Pumas, seleccionado de Rugby de La Argentina, han emocionado al destino. Han sabido transmitir el amor y lealtad que sienten por un emblema. Demostrar que es un orgullo vestirse de celeste y blanco fue su meta y la han superado. El espectador se estremeció al verlos jugar en el campo de sueños como si fuera la última vez que les permitirían hacerlo. No temieron a sus adversarios e ignoraron la historia del deporte. Prefirieron jugar como verdaderos hombres que no miden las consecuencias y se animan a lo imposible, con esa fantástica ilusión que nos provee el riesgo. Seducidos por su espíritu se animaron a eludir determinaciones que poco saben de los corazones nobles. No escucharon los pronósticos porque lo que sucedería sería responsabilidad de ellos y nunca de opiniones alejadas de la pasión. 

Cuando se quiera enseñar la actitud de la voluntad se deberá observar a aquellos que en sus pechos tienen el dibujo de un yaguareté y deberá hacérselo antes que ingresen en el campo, porque luego se transformará y no se distinguirá más lo que eran, entonces serán… ¡Pumas Salvajes!

MCMXCIX 

Tierras de Adrogué

El rugby escuela

A los hermanos Borges de Pucará

El sonido de los tapones en el suelo del vestuario, como si fueran gritos que pidieran pronto la calma que provee ya estar clavándose en la cancha. El ir todos juntos, el equipo completo, al trote debajo de la H, dándonos aliento y venciendo el temor que debe quedar fuera de los trazos de cal en el pasto. Calentando los hombres del compañero a la vez que él calienta los nuestros. Todo mientras que el capitán grita que no debemos aflojar nunca y en ningún momento. Estamos allí para demostrarnos de lo que somos capaces, que es un juego, pero que se nos va la vida en ello. Mirándonos todos a los ojos sabiendo que el esfuerzo individual consolidará la fuerza grupal que nos traerá una buena presentación. Porque el resultado final no estará en el marcador sino en la honestidad con la que nos podremos mirar a los ojos luego, otra vez en el vestuario, sabiendo que lo hemos entregado todo, sin engañarnos a nosotros mismos, cosa que no se puede ni se permite. 

Por eso salimos desde las H aplaudiéndonos a nosotros mismos, dándonos ánimo, de la misma manera que aplaudiremos al adversario si nos supera para rendirle justicia, para brindarle nuestro reconocimiento desde un emocionado respeto. Porque en el rugby, que uno sea superado después de haber realizado ese esfuerzo mancomunado llevando al límite a nuestras fuerzas, uno no debe más que aplaudir al rival si lo ha hecho mejor, porque lo habrá hecho como nosotros quisimos y nos habrá dado una lección. Vencidos y vencedores nos daremos la mano o un abrazo en la celebración de haber podido disfrutar de esa misma pasión, de esa tradición que se transmite de entrenadores a jugadores, como si fuera de padres a hijos. Por ello, todos los integrantes de la gran familia del rugby, de cualquier camiseta, existen porque existen los otros, y eso hace que se conforme una hermandad.

En el rugby uno puedo variar las estrategias del juego dependiendo las potencialidades propias y adaptar las tácticas acorde a las ambiciones y destrezas del oponente. Se puede decidir presionar con los forwards o liberar el juego con los backs, pero hay cuestiones que no se modificarán en ninguna cancha y en ningún equipo: el rugby es un juego en solidaridad y unión. No es posible realizar ningún ataque y ninguna defensa con individualidades. Todo movimiento del juego se realiza coordinando fuerzas y voluntades. Cuando la pelota cae en los brazos de un compañero, que irá siempre hacia adelante, se sabe que se debe ir a ayudarlo, que no se lo puede dejar solo, porque nos necesita, porque sólo juntos podremos avanzar. Lo mismo ocurre cuando es uno quien tiene la suerte de la pelota y encara al adversario sabiendo que no estará solo, que hay otros catorce jugadores que irán a respaldarlo y que estarán pendientes de lo que uno logre hacer con la posesión de la preciada guinda. 

Cuando se conquista un try se felicita al jugador que tuvo la fortuna de sumar puntos para el equipo, pero las felicitaciones, como la satisfacción, es necesariamente grupal, porque no es concebible que un solo jugador vulnere las líneas adversarias por cuenta propia sin la necesidad de participación del sacrificio de los otros. De igual manera, cuando un equipo recibe la sentencia de los puntos del rival, no hay un responsable único, porque el engranaje habrá fallado, no una sola pieza. 

La escuela del rugby enseña conductas y valores aplicables en todos los órdenes de la vida. Es confiar en el otro y es ser solidario con el otro. Que no hay exigencias imposibles, pero que todas ellas requerirán de un esfuerzo tremendo a la vez que decidido. Que uno no lucha por vencer al contrincante, porque no se concibe la humillación; uno lucha para no fallarle a su equipo y para darle la victoria por la tarea cumplida a sus hermanos, por habernos confiado nuestras suertes recíprocamente. 

Al rugby se lo juega también en la vida, siempre.

MMX

Gubbio

ESCUPIR TINTA