Gracias por tu legado

A mi padre

Hasta el final peleaste como un soldado

conquistando cada bocanada de aire,

porque no importaba lo que dijera nadie,

¡para vos la vida era el único bien amado! 

Te fuiste al saber que la batalla terminaba,

sabiendo el dolor que la lejanía produciría;

y tal como lo asegurábamos en profecía,

pude estar y verte partir a tu última morada. 

Con el Rosario de piedra croata que te cuidaba

y los colores de la patria firme celeste y blanco,

te despidió, tucumano, la aldea que te adoptara.

Allí te esperaba tu hijo celestial en ese camposanto,

y mientras te honraban a quienes iluminó tu mirada,

¡yo me arrodillé ante tus restos y legado mi padre amado!

Frankfurt

ARTESANO DE LA VIDA

“SER POETA”…

“Ser poeta es ante todo poseer una capacidad muy especial, relacionada a la observación, comprensión y transmisión de las respuestas emocionales, y con sus derivados motivacionales en su vida diaria.

El poeta describe lo que el resto de la sociedad no sabe cómo, pero sí se identifica con lo que siente, y de ahí su importancia al lograr sentirse comprendido.

El espectro que abarca la poesía es la vida toda, desde el nacimiento hasta la muerte, la guerra y la paz, el amor, la desolación y la consolación, la esperanza en un mañana mejor, por ello, lejos está el poeta de saber rimar en la poesía, llamar la atención, calmar el ánimo. Es mucho más, simplemente nos ayuda a interpretar y sentir la vida toda, y curiosamente nos devuelve la paz en la discordia, nos distancia de lo incomprensible del dolor, nos ayuda a aceptar la vida.

Ahora bien, ¿qué pasa con los hijos de los poetas?, dado que en general ningún poeta piensa en enseñarles a escribir poemas a sus hijos.

Un día recita en una reunión, otro nos sintetiza una situación en una frase, otro descubrimos algo que escribió sin mostrarnos, pero que al descubrirlo nos sentimos sorprendidos e identificados.

Los padres en general son los formadores de nuestra personalidad en gran parte, dictan normas de convivencia, de responsabilidad, de estudio, de trabajo. Pero curiosamente y sin darse cuenta, les transmiten muchas cosas, sin que esté la palabra en el medio, que un día descubren que las han heredado y por ello les dan valor.

Fallecido mi padre, un día encontré en su escritorio, el mismo sobre el cual escribo estas líneas, su último libro, El Transeúnte, en borrador, que fue editado años después. En su dedicatoria, en este caso a sus siete hijos, al referirse a mi persona dice:

A Fernando José, venturoso padre de varones, hombre de fe, médico y poeta.

Hasta ese momento el término poeta no lo había usado conmigo, ni recuerdo haber escrito poema alguno, aunque sí posteriormente. Pero habiéndome especializado en oftalmología, un día descubrí que mi mundo, el de mi padre, era la palabra, así fue como decidí ser psiquiatra y me sentí perfectamente identificado con la especialidad, tratando de continuar la obra del poeta”.

Fernando José Jijena Sánchez

Sacramento del padre Oscar

Una cosa que me había quedado pendiente de la visita anterior. No creo estar seguro de llamar a estos viajes como visitas, como despedidas, o como instancias. Aquello que no había logrado coordinar fue que un sacerdote le diera el último sacramento, la extremaunción de los enfermos. 

         El padre fue Oscar, de la Parroquia de la Medalla Milagrosa, donde yo fuera bautizado, comulgado y confirmado. La recomendación fue de Fede, el hijo del otro Fernando que mencionara líneas atrás. Este buen hombre acudió a mi llamado, al de quien fuera uno de los fieles de aquella parroquia cuando él no era el párroco. 

         Nos reunimos en el comedor de la casa. Estaba el padre Oscar, Cristina, yo, y ese hijo de Dios que estaba siendo llamado al viaje eterno, Fernando José. Un Fernando José que decidió agregarse el nombre de Ignacio para rendirle homenje a su santo -convertido también en el mío- Iñigo de Loyola. Cosas del destino, cosas de Dios, el padre Oscar poseía un parecido fascinante con San Ignacio. Yo le miraba a mi padre recibir su última comunión y pensaba si él, en su desvarío, no pensaría que estaba cumpliendo su sueño de estar recibiendo la santa eucaristía por parte de su queridísimo santo a quien amó, admiró y persiguió toda su vida. 

         Mientras el padre realizaba el rito pertinente Cristina lagrimeaba mirando hacia otra parte y yo me aseguraba de hacer lo mismo pero en dirección opuesta donde no existiera la posibilidad de cruzar nuestras miradas. 

         El padre con su temple de soldado de Cristo continuaba con su labor en ese valle de lágrimas, tristeza, despedida, pero todo envuelto en un acercamiento con Dios.

TIN BOJANIC ǀ Artesano de la vida

Siempre Unidos

En el quincho de mi casa natal de las Tierras de Adrogué mi hermano Andrés había escrito el lema que mi padre le había adjudicado a la familia en una de sus maderas. En muchas ocasiones mi padre pronunciaba nuestro apellido y el primero que respondiese con un ¡Siempre Unidos! se ganaba un beso y algún regalo a cuenta. 

         Aquel que había crecido entre siete hermanos sabía muy bien del significado de la familia. También sabía muy bien lo que dolía enterrar a un hermano (una hermana suya falleció cuando niña) y fue cosa que siempre nos lo advertía como uno de los dolores más intensos que pudieran sentirse. Lamentablemente pudimos luego saber que tenía razón.

         Siempre Unidos era un mensaje que quiso tomáramos como consigna. Que la familia no se elige y que tan sólo se acepta, que a la distancia uno sabría que siempre el familiar, el de tu sangre, revelaría un valor diferente. Así recuerdo visitas que nos hiciera por Europa e insistía en que nos mantuviéramos unidos.

         En mis visitas a La Argentina fui reencontrándome con tíos y primos que hacía mucho que no veía. Especialmente para quien vive a miles de kilómetros y que ha cambiado su realidad diaria por una completamente distinta, volver a verse en los ojos de un familiar es una experiencia vívida y especial. Tal vez porque todos sabíamos lo que se avecinaba era que el acercamiento se hacía más intenso, más genuino. Ya no éramos los que nos encontrábamos para celebrar la rutina de algún cumpleaños, sino que nos abrazábamos reconociéndonos en el otro, y reconociendo que ese otro, mi padre, llevaba nuestra misma sangre.          

Pude charlar con mis tíos, compartir momentos con ellos, y sentir la hermandad de muchos de mis primos como no creía que ya sucedería con el transcurso del tiempo y sin que supiéramos nada uno del otro. Ese padre, ese tío, ese hermano, había unido a la familia, algo que quiso hacer siempre.

Fragmento Artesano de la vida