«Does anybody know me?»
Andrés Lucas Jijena Sánchez
«Does anybody know me?»
Andrés Lucas Jijena Sánchez
A mi hermano Andrés Lucas
¿Dónde estás hermano mío
que mi mano no te alcanza,
es extraño sienta frío
en época que el sol avanza?
Te busco exigiendo abrazarte,
cerrando mis ojos veo el camino
que me lleve a alguna parte
donde pueda unir nuestro destino.
No permitas que mi lágrima llegue al suelo,
te pido tu feliz recuerdo la contenga,
tu breve sonrisa será consuelo
para este abrazo de cumpleaños, ¡dile venga!
Tin Bojanic
Poemario POEMAS DESGRACIADOS
Para mí, para vos, para todos,
día tras día, se termina,
me muero, me estoy muriendo,
estoy sufriendo, no hay razón.
Libertad Esclava, sueño olvidado,
oscura e incansable felicidad,
como un arcoíris que perdió sus colores.
El cielo, no tiene estrellas,
golpea tu puerta, te llama,
la carrera, te agota, se acaba.
Dad vuelta esa moneda,
responde, continúa, perdona,
¿quién te sufrió?
vos no sabes el momento, tal vez sí.
Tierra fértil,
bajo un árbol, mucha sombra,
una lágrima, te quería, adiós,
pero a pesar de todo yo era mi mejor amigo,
¿quién me conoció?
Andrés Lucas Jijena Sánchez
La pérdida temprana de un hermano mayor poeta ineludiblemente confirmó mi vocación de poeta.
“Un abrazo siempre pediría para sentir tu compañía”.
Andrés Lucas Jijena Sánchez
“Mira hacia delante y deja entrar el sol”.
Andrés Lucas Jijena Sánchez
“Hoy por hoy estoy contento, porque soy hombre y siento”.
Andrés Lucas Jijena Sánchez
En tus últimas poesías te referís al crecimiento. Es la etapa quizá más difícil y decisiva de todas. Porque en ella los cambios son tantos y tan bruscos que no dan tiempo muchas veces para asimilar o entender acabadamente el significado de los hechos.
Es donde nace tu rebeldía incontrolable, salvaje. Donde esperabas respuestas, escuchaste evasivas; donde esperabas apoyo, recibiste indiferencia. Al igual yo. Nuestra paideia fue sufrir en dilemas. Mientras papá y mamá nos enseñaban las buenas cosas: la riqueza interior ante la bancaria, ser buena gente ante todo y demás, en nuestros educadores recibimos la más dura de las agresiones, el resentimiento. Y la burla siempre jugueteando por ahí.
Los ideales causaban risa y el chantaje exigía su estudio para aplicarlo. Nunca lo entendí. Te acordás cuando le mostré a una profesora de literatura unas poesías que había escrito y se me rió en la cara e hizo motivo de risa mi humana condición de querer expresar lo que uno lleva dentro. Horrible.
Sería porque nos consideraban tontos, por nuestra corta edad, que todavía no estábamos preparados para escuchar acerca de cosas tan importantes, como el sexo, las drogas, nuestros derechos, Malvinas. Odiabas ese menosprecio hacia el alumno. Y sabías que yo también, por eso cuando me retaba un profesor o me ponían amonestaciones por mis indagaciones reías disfrutando.
No hacía falta hablar de esos temas. A ellos no les importaba, aquel que contrajo SIDA con una chica que ni siquiera sabía su verdadero nombre, el que moría de sobredosis, o aquel que iba preso por no tener para comer. Y las preguntas encontradas de quiénes eran aquellos soldados en los trenes y subtes que la gente los miraba como delincuentes, ¿no eran héroes? Claro que sí, ambos lo sabíamos.
Cuando necesitábamos escuchar qué hacer vimos al menos lo que no había que hacer. Y te reitero que jamás me molestó en absoluto el trato distinto de muchos por ser tu hermano a raíz de los problemas que ocasionabas con tus reclamos. Sino por el contrario, me sirvió para darme cuenta quiénes eran las personas que valían entre vecinos, educadores, conocidos…
Te cuento con relación a lo expuesto más arriba, muchos reclaman la pena de muerte para determinados delitos. ¡Qué brutos!, dirías. El hombre sabe escapar de los hechos, así sea con la imaginación, pero no puede de su conciencia. En vez de solucionar el problema radicalmente buscan taparlo o quitárselo de encima. Sólo con educación se soluciona la necesidad siquiera de discutir la penosa muerte. La sociedad cría a sus hijos.
Somos seres frágiles porque sencillamente podemos morir; tenemos que ser fuertes porque difícilmente debemos vivir.
Agustín Elías
A mi hermano Andrés Lucas
Fue una sorpresa
como lo fue su vida entera,
fue tal extrañeza
en un mundo que no deja que lo crea.
El afecto fue un abrazo,
el defecto fue su tiempo,
cómo explico esto acaso
si solamente yo lo siento.
Fue volver a verte
y dijiste otra vez
que no olvide y que disfrute
como la última vez.
Que no desperdicie mi vida
disfrutarla ahora y ya,
te aseguro que mi vida
se dirige hacia allá.
Y si no lo ves así
te pido me iluminen
unos ojos hoy a mí
y como a ti también me mimen.
A mi hermano Andrés Lucas y a mi amigo Francisco
Veranos y vacaciones siempre han sido buenos amigos de todos los niños. Es muy común que liberada la imaginación, con el beneplácito del ocio, se creen un sinnúmero de actividades para saciar la energía de ese período aún más joven que la juventud. Recuerdo, entre muchas ideas y entre muchos tiempos de recreación, la que hizo prevalecer mi hermano Andrés Lucas, quizá porque todos mis amigos estaban de acuerdo o porque ninguno había logrado inventar otra cosa mejor con la misma rapidez.
Así surgió el Club de los Carrebici. Para ser miembro bastaba poseer una bicicleta de carreras y estar dispuesto a acompañar silenciosamente, o con el ruido necesario, cualquiera fuera la misión que surgiera. Seríamos una bicicletería montada al servicio de quién sabe qué y no importaba definir el propósito. Entonces nos reunimos en un campito frente al colegio al que la gran mayoría pertenecíamos para celebrar la inauguración y el día histórico donde quedara por siempre vivo el Club de Los Carrebici. En una de las paredes, mi hermano, por ser el ideólogo o por ser el mayor, pintó con aerosol una C entremezclada con una B que sería nuestro emblema.
Mientras comenzábamos a montar nuestras bicis para ir en búsqueda de vivencias llenas de fortunas o futuros recuerdos de la infancia llegó tarde al evento, o fue producto de la casualidad su aparición, Francisco, un amigo como los demás pero que no tenía una bici de carreras. La bicicleta de Fran no era muy elegante pero lucía un asiento banana que la distinguía de todas las demás y le brindaba mágicamente el aspecto de una motocicleta que podría alcanzar mayor velocidad que el resto de los vehículos, pero no era verdad. No sabíamos qué hacer. El Club Carrebici no podía tolerar una bici… banana… ¿qué fruta éramos los demás?
No recuerdo cuánto deliberamos el asunto pero yo observaba el rostro de Fran. Se mostraba preocupado pero, a la vez, montado en su distinguida bicicleta, era una amenaza. Bien podría arrollarnos a todos con sus gruesas cubiertas sin poder defendernos con nuestras finísimas estructuras.
Quedó, como tantos otros nombres, anecdótico e irónico. Los Carrebici habían aceptado un asiento banana… o habían hecho prevalecer el valor de la amistad… o habían salvaguardado sus finas bicicletas ante el posible pisoteo de una más grotesca que no soportaba una frutal discriminación…
LA HISTORIA DE MIS OJOS
Andrés Lucas Jijena Sánchez nació el 15 de noviembre de 1970 en Bahía Blanca, sur de la Provincia de Buenos Ayres. Personaje andariego y bohemio que sólo respetaba mantenerse iconoclasta. Con mucha juventud y poco pasado, siempre anduvo despreocupado por el futuro. Todo en su vida fue fugacidad y eclecticismo: jugador de rugby, guitarrista, cocinero, jinete, fabricante de patinetas…
Vivió sólo de las emociones y repartió afectos, que era todo lo que poseía. Tal vez sabía, en su sabiduría, que postergar las cosas en la vida era una torpeza semejante cual creer que la muerte era imposible que llegara un día.
La madrugada del 16 de septiembre de 1996, con un siglo de cicatrices talladas en tan sólo 25 años, su corazón se detuvo para que su alma pudiera finalmente liberarse y ascender para regresar al Padre.
Dejó dulces recuerdos, y por herencia, un cuaderno de poemas.
Barcelona 2 008