Una maleta a la que le decían Mále

Mále está muy viejita pero aún no se ha cansado de viajar, porque eso es lo que más le gusta y, porque también, es lo que mejor sabe hacer y ha hecho toda su vida. Su aspecto reluciente y vestido azul marino se ha ido opacando con el tiempo y pueden notarse los golpes en su cuerpo de tantas aventuras. Conserva un tatuaje que lleva en su piel con la inscripción del primer sitio que visitó que reza: Bienvenidos a Stari Grad, Croacia. 

Siempre ha dicho que no existe un principio ni un fin en el andar de un viajero, pues la vida misma es una continuidad de acciones guiadas por una auténtica pasión. En su caso ha sido la de penetrar las nubes con imponentes aviones o intrépidas avionetas, y recorrer todo tipo de carreteras en coches pesados y ligeros. Y también ¡cuántos kilómetros sólo ella sabe que ha recorrido en tren! Pero no, por mar nunca había viajado y sabía que ese era un asunto pendiente.  

Las cosas que podría contarnos Mále nos llenaría de asombro, como cuando está en un puerto aéreo esperando y se encuentra con otra como ella iniciando conversación. Pero últimamente ya no quiere hablar demasiado porque está disgustada. La razón de su enojo es que a Mále ya no la llaman así, sino con su verdadero nombre más completo pero menos jovial y cariñoso: Maleta. ¡Vaya que tiene razón para ofenderse! Porque maletas hay muchas por aquí y por allá, yendo y viniendo, pero cuando a una le dicen Mále se sabe que es por diferenciarla y por reconocerla entre las muchas otras que hay. Cuando esta distinción se hace es por cariño, y entonces más feliz se pondrá una Mále al dejar de ser una triste maleta. Su compañero de viaje, como le llama ella, mientras que hay quienes dicen que es el dueño de Mále, también ha dejado de llamarla así y es eso lo que la tiene mucho más y de verdad entristecida…

Un día muy temprano el dueño de Mále y ella se encontraban sentados en el portal de su casa de Stuttgart en Alemania. En eso llegó el cartero con un catálogo de una infinidad de modelos de fantásticas maletas, con el agregado de poder conseguir un importante descuento si el comprador entregaba a cambio la maleta vieja. A Mále siempre le gustó mucho el reciclaje para proteger el planeta pero esta situación podía provocar el fin de sus viajes y dos posibles situaciones igualmente peligrosas. Por un lado, podían desarmarla para venderla en piezas o bien fundir sus materiales con otras maletas viejas para crear los cuerpos de esas nuevas que venían a quitarle la vida. La otra posibilidad era que con un maquillaje diferente volviera a ser vendida para ser utilizada como carrito para ir al mercado. ¡Qué horror! ¡Ser desarmada! ¡Terminar los días transportando verduras después de haber recorrido lugares inimaginables! Ella, quien había pisado las más distantes ciudades y culturas, no se dispondría a terminar tropezándose en un mercado con unos carritos que sólo habían hecho el mismo recorrido de pocas calles una y otra vez transportando ¡pescado enlatado! ¡De ninguna manera! ¡Mále debía hallar una solución! Y con lo valiente que había sido hasta ese día -aunque muchas veces sollozó cuando se creyó olvidada por su dueño en algún oscuro lugar de pasajeros en tránsito o espera de abordaje- sentía que merecía un final más digno, un último viaje. 

Ambos personajes miraron el catálogo y pareció que los dos hubieran pensado en lo mismo. Entonces Mále buscó otro catálogo turístico que habían recibido días atrás donde se promocionaba conocer las Islas Maldivas y su capital Malé al sudoeste de la India, que tan simpática la había resultado a ella por la coincidencia entre las letras de la ciudad y su nombre a pesar del acento final. Se lo enseñó a él y una sonrisa confirmó que sería complacida.

Llegó el día del viaje. Desde Stuttgart volaron a London en Inglaterra en menos de una hora y debieron esperar más de cuatro horas para poder abordar el próximo avión. Finalmente, luego de casi diecisiete horas arribaron a Malé, aunque ambos le habían cambiado el acento a los pasajes para llamar a su destino Mále acentuando a la letra a. 

Disfrutaron de unos días de amistad recordando anécdotas de distintos viajes: la gran tormenta en La Habana, Cuba; cuando una maleta tres veces más grande que Mále cayó sobre ella por accidente en la bodega del avión con el cual abandonaban Santa Cruz de la Sierra, Bolivia; o cuando discutieron en Dublin, Irlanda, acerca de llevar o no unos cuchillos que Mále se negaba por miedo a cortarse en su interior durante el viaje, cosa que luego sucedió marcando una herida que perforó su tapa… Pero el último gran recuerdo sería el del atardecer en la capital de las Maldivas… 

Como Mále quería conocer la sensación de navegar, y porque en el puerto un hombre les ofreció adentrarse a la mar, ambos consideraron que era la mejor manera de honrar el último viaje que harían juntos. Entonces abordaron un pequeño bote con un marinero que también hacía de capitán. Disfrutaron el oleaje y arrojaron carcajadas. Se abrazaron y sonrieron. Pero una serie de sorpresivas olas sacudió a la embarcación varias veces. Mále, que había dejado todo lo que llevaba en su interior en el hotel resultó tan liviana que cayó al mar, ¿o se habrá arrojado? El agua se filtró por sus heridas rápidamente y por ello comenzó a hundirse. Estaba oscureciendo y su piel azul marina dificultaba la visualización. Cuando el capitán del bote comentó que la vieja maleta había caído al agua no pudo entender la desesperación del dueño que, con un salto tremendo, se zambulló en el mar para buscar a Mále. Pero ya era tarde, porque no pudo encontrarla. Su fiel compañera había descendido a las profundidades…

  Años más tarde, sentado nuevamente en su portal de Stuttgart, el antiguo dueño de Mále se encontraba mirando otro catálogo de las Islas Maldivas promocionando sus corales. Le trajo tristes recuerdos, pero en eso halló una fotografía de las profundidades donde podía verse una maleta abierta repleta de caracoles y brindando el escenario para una rítmica danza de medusas. Era azul marino y podía distinguirse un corte en su tapa, ¡la de los cuchillos que él obligó a transportar a Mále desde Irlanda! Entonces sonrió, porque no era esa una maleta cualquiera en el fondo del mar, sino que era Mále. Nada de terminar sus días transportando pescado enlatado, allí se la veía feliz montando el espectáculo marino de uno de los más increíbles corales de Malé-Mále, como el hombre rectificó en un mapa de su casa.

MMVIII

Barcelona

Tin Bojanic ǀ Historias del Edredón

«Entonces Iker vio como Guido embistió con su nave al submarino pirata dañándolo seriamente y dejando fuera de combate uno de los arpones, brindándole tiempo a la ballena para refugiarse tras unas inmensas rocas marinas que tenían la precisa forma de un escudo protector. Pero el fuerte choque causó averías irreparables en la nave del valiente Guido y su submarino muy lastimado ya no respondía a las órdenes de su comando. No tuvo otra alternativa que abandonar ese pez metálico que lo transportaba y comenzar a nadar con su traje de buzo, respirando el oxígeno que le proveían los dos tubos que llevaba en su espalda para tal fin, hasta la nave de su hermano». 

Fragmento de «¡Eubalaena Australis!», HISTORIAS DEL EDREDÓN.

El gallo Mediodía 

Todo gallo sabe que cuando comienza a amanecer debe esforzarse por cacarear lo más fuerte que pueda para que todos cerca de él se despierten para disfrutar del día. Pero aquí en Gubbio, en Italia, hay un gallo al que todos le llaman, sin que él lo sepa, Mediodía, porque se despierta siempre a la hora de almorzar y comienza a cantar creyendo que está despertándolos a todos. Nadie se atreve a explicarle a Mediodía el porqué de sus días tan cortos. Así, la gente y los animales, decidieron no decirle nada para que no se sintiera mal. Tampoco era problema para nadie, ya que no cantaba a las dos de la madrugada y, por otro lado, ofrecía el servicio de avisarle a todos, cual gallo, de una hora en especial. Aunque en este caso no dijera que había que despertarse y sí que había que comenzar a cocinar. 

Un día, una gallina a la que todos le decían Pico Grande, que jamás fuera invitada para dar un paseo romántico con el gallo Mediodía, algo enfadada por esta situación, se le acercó para decirle que él no despertaba a nadie y que lo que hacía era decirle, a todos los niños, que era la hora de ir almorzar. El gallo vino a mí, vecino y amigo, a preguntarme si esto era verdad. Por amigo y porque ya no podíamos seguir engañándolo dulcemente a Mediodía, yo le contesté que eso era así nomás. 

No cantó más al mediodía al despertar porque se acostumbró a preguntar siempre qué hora era antes de volver a hacer un papelón. Por supuesto, aunque lo intentara, no lograba despertase de madrugada para cumplir con su misión, como se supone que le corresponde, a todos los gallos como él. Tampoco sirvió que yo le intentara enseñar usar un reloj despertador, porque consideraba denigrante para alguien orgulloso como él valerse de un medio que ningún otro semejante usaba. 

Las madres del lugar, reunidas, decidieron ir a hablar con Mediodía días después, porque todos los niños se sentaban tarde a la mesa y cuando la comida ya estaba fría. Las madres cocinaban deseando comer luego junto a sus hijos compartiendo el agua y el pan casero recién horneado. Ante este pedido, el gallo Mediodía no pudo negarse y volvió a cantar todos los días al despertar, tal como lo declara su apodo, al mediodía. 

Caminando por la calle, una tarde, Mediodía se encontró con Pico Grande y se le acercó para darle un piquito. Pico Grande, sorprendida, le preguntó porqué le daba un beso si ella le había hecho quedar mal ante todos enseñándole que no cantaba a la madrugada como se suponía. Entonces Mediodía le dijo a esta gallina que, de no ser por ella, él no hubiera sabido jamás que era el único gallo de su especie que cantaba para avisar que hay que ir a almorzar. Que por ello se sentía un ejemplar único y apreciaba que ella se hubiera fijado tanto en él. Ella, sorprendida, le respondió que soñaba entonces que el gallo más original de todos fuera el único que la invitara a pasear. 

Un día, digo lo que vi, juntos estaban los dos y era ella quien le daba a él varios piquitos suspirando por el gallo Mediodía, el único de su especie en poder hacer las cosas de manera diferente y feliz por sentirse un gallo especial.

MMX

Gubbio

HISTORIAS DEL EDREDON

Cuando pudo reconocer a la Isla de Madeira en la inmensidad del Océano Atlántico Norte decidió quedarse allí a pasar la noche. Le costaría mucho conciliar el sueño debido a las grandes ansias de llegar a la meta fijada. Pero sabía que debía descansar porque después que saliera el sol estaba decidido a nadar ininterrumpidamente. Conocía muy bien, porque las había estudiado, las diferentes corrientes marinas que lo llevarían con menor esfuerzo y mayor rapidez. También contaba con encontrarse con algún delfín en alguna etapa, y no era porque les pediría transporte, ¡es que la risa de los delfines eran su melodía favorita y aligerarían la ansiedad del viaje! 

Fragmento de La vida del mar

HISTORIAS DEL EDREDON

La vida del mar

Alo es una ola, pequeña y tranquila nacida en el Mar Adriático, que disfruta como pocas otras semejantes recorrer los mares, buscando aventuras y haciendo amigos. Con diversas ocasiones ha demostrado una gran destreza y creatividad. En todas las playas le aplauden cuando llega porque saben que ayudará a todos los niños que esperan con sus barrenadoras divertirse locamente con sus esfuerzos. Y  como tiene muchos amigos delfines, puede llamarlos para que acudan al rescate si alguno de los niños cae tras una pirueta arriesgada en aguas algo profundas. Pero entre todas las orillas siempre ha tenido por favoritas a las de Honolulu en Hawaii, porque cada vez que pasa por allí escucha que la gente se saluda con un “Alooooha” y se jacta cuando dice que es debido al agradecimiento que sienten por su buen desempeño como ola…  

Los padres de Alo creen que debería ocuparse en pensar qué hará de su vida más allá de divertirse con sus amigos marinos y comenzar a intentar conseguir una novia con la cual casarse y formar una familia. También sufre una presión agregada por saber que un día deberá hacer algo destacable por el buen nombre de su familia o por el bien de todas las olas del planeta. En cuanto a hallar una novia, cree que las mareas del destino le acercarán a la ola más tierna de todas con la cual salpicarán besos la vida entera criando olitas en felicidad.

Siendo invierno en el hemisferio norte donde está su casa, planeaba un viaje muy al sur, para reencontrarse con el verano y una muy especial empresa. Debido a la gran fascinación que siempre le han producido los mapas y sus ganas de probarse a sí mismo, decidió realizar algo que nunca en la historia del oleaje conocido alguna ola semejante había hecho. Siendo una ola salada quería adentrarse en la leyenda viviente del Mar Dulce e inscribir su nombre en las páginas célebres de la oceanografía. La expedición tenía entonces por nombre y rumbo ¡el misterioso Río de la Plata en Suramérica!

Sin avisar a nadie se despidió de su familia en las orillas de la Isla de Hvar y comenzó a nadar hacia el sur. Luego contorneó la Península Itálica para descansar brevemente en las playas del sur de Sicilia. Más tarde visitó a unos amigos en Sardegna que al oír su aventura decidieron acompañarlo hasta el encuentro del Mediterráneo con el Atlántico Norte apoyándolo en su misión. Alo junto a sus amigos dio vueltas alrededor de las Islas Baleares: Menorca, Mallorca, Ibiza y Formentera, ¡cuántas veces había ido a fiestas de cumpleaños por aquellas aguas! No planeaba despedirse trágicamente de su barrio del Mediterráneo pero no sabía muy bien cuándo volvería. Por ello sus movimientos eran  algo nostálgicos. Pero también, y es cosa cierta, sabía que estaba dando unos grandes nados en su crecimiento y muchas cosas cambiarían en su vida. Por esa misma razón es que, de alguna manera, se despedía de costumbres que quizá ya no haría en el agua tan a menudo. Porque cuando uno está decidido y se lanza a capturar el destino que nos espera resurgen vertiginosas emociones que, liberadas, pueden transformar todo lo que era habitual hasta ese momento. Entonces no fue extraño que mientras observaba las costas de Argelia o de Marruecos se planteara varias veces suspender la expedición. Es que la emoción por la aventura era muy intensa y quizá él no estaba preparado para eso. Es cierto que su orgullo no le permitiría regresar sin haberlo intentado, pero no era ese el impulso más grande que le daba las fuerzas para continuar. Su fuerza estaba en la convicción que allá en el Sur algo estaba esperándole. 

Cuando pudo reconocer a la Isla de Madeira en la inmensidad del Océano Atlántico Norte decidió quedarse allí a pasar la noche. Le costaría mucho conciliar el sueño debido a las grandes ansias de llegar a la meta fijada. Pero sabía que debía descansar porque después que saliera el sol estaba decidido a nadar ininterrumpidamente. Conocía muy bien, porque las había estudiado, las diferentes corrientes marinas que lo llevarían con menor esfuerzo y mayor rapidez. También contaba con encontrarse con algún delfín en alguna etapa, y no era porque les pediría transporte, ¡es que la risa de los delfines eran su melodía favorita y aligerarían la ansiedad del viaje! 

La madrugada llegó y Alo despertó a sus sales. Reanudó la navegación y su próxima parada sería el  noroeste de África donde están ubicadas las Islas Canarias. De allí cruzó a las Islas de Cabo Verde, límite de sus aventuras por los mares del norte hasta ese día, y fue feliz al cruzarlo. Comenzó a escuchar aplausos de aletas y reconoció a un delfín festejándole.

Alo – ¿Qué aplaudes delfín amigo?

Delfín – Te aplaudo Alo porque sé que es la primera vez que vas tan lejos.

Alo – ¿Nos conocemos? 

Delfín – Claro que sí, soy un delfín y has conocido a muchos y cualquier delfín son todos los delfines.

Alo – ¿Pero cuál es tu nombre? 

Delfín – Ya lo sabes, soy Delfín, y nada más. A nosotros no nos preocupa diferenciarnos entre sí. El rescate de un niño por parte de un delfín es el logro de todos, porque cualquiera de nosotros lo hubiera hecho de haber estado en ese lugar. 

Alo – Entonces quizá mi aventura no sea tan egoísta y la haga en nombre de todas las olas del mar. 

Delfín – Así me gusta Alo, que pienses colectivamente intentando hacer algo desde uno pero en función de los demás y no tan sólo para diferenciarte o lograr una gloria vanidosa. Porque la única gloria verdadera es la que puede ser compartida.

Alo – Entonces, amigo mío, ahora nadaré con renovada decisión. Cada ola del mar que encuentre será reencontrarme con los míos. Siempre he sentido al mar como un barrio inmenso que es de todos. Cuando llegue al río que pretendo lo sentiré mi casa como igualmente bienvenidas serán las olas del sur cuando quieran nadar por mi amado Adriático.

Delfín – ¡Mucha suerte Alo! Aunque no dependas de la suerte sino de tus verdaderas ansias. Todo será lo que busques que sea y nadie puede detener a la fuerza del mar.

Continuando el viaje y tras saludar a la Isla de Ascensión se dirigió decidido mirando al sudoeste imaginando encontrar en sus ojos muy pronto al Brasil.  Vaya la sorpresa que sintió cuando otra ola le indicó que ya se encontraba en Punta del Este, ya muy cerca de la boca del Río de la Plata. Evidentemente había nadado muy rápidamente y fueron varios los delfines que lo acompañaron. Necesitaba un descanso y pensó en continuar viaje con fuerzas renovadas luego de un merecido reposo. ¡Había nadado desde el Hemisferio norte al sur y atravesado el Océano Atlántico desde el este al oeste!

Muy temprano para el sol, comenzó Alo a dejarse llevar por la corriente, disfrutando del momento de poder ingresar en el Mar Dulce. Pero la fuerza de ese Río de la Plata parecía repeler el avance. Tuvo que hacer más fuerza de lo habitual y lanzaba exclamaciones dándose ánimo. Algunas olas que lo observaban sin entender le preguntaron qué es lo que pretendía siendo una ola salada queriendo ingresar en aguas dulces. Una y otra vez debía explicar sus ansias de querer ser la primera ola de agua salada que ingresara en el Mar Dulce. Todas las olas con las que hablaba se mostraban escépticas de poder llevarse a cabo esa misión y, aún cuando fuera posible, no lograban entender la razón de hacerlo. Ciertas olas le advertían que podía morir en el intento, otras decían que estaba prohibido que las olas saladas se juntaran con las dulces, y había quienes le aseguraban que sería tomado prisionero o expulsado por aquellas distintas aguas. A todo esto, Alo respondía que todas eran conjeturas y que, en definitiva, tanto las saladas como las dulces no eran más que agua, de diferente color y sabor, pero olas en esta vida.

A medida que iba avanzando podía observar que las aguas comenzaban a entremezclarse. Por momentos parecía que fuera mar azul, y por otros, oscuro río. Notó que debía hacer mayor fuerza al nadar en aguas del Río de La Plata. Las sales del mar que permiten una mejor flotación no se encontraban en esta aventura. Y Alo, como ola valiente, no pretendía dejarse hundir y formar parte de las aguas pasivas de las profundidades, aunque eso significara avanzar más tranquilamente. Él era una ola y debía permanecer como tal y en todo momento y bajo cualquier circunstancia, ¡siempre en la cresta! Donde fuera que debía llegar era su anhelo hacerlo como quien era, una ola, sin importar si alguien lo reconocería, porque los ojos de los seres auténticos pueden reconocerse a sí mismos sin falsía. 

Mientras navegaba adentrándose en el Río de la Plata saboreaba las nuevas aguas dulces. Intentó comparar el sabor con otros frutos de mar pero no halló nada parecido. Hubo alguna que otra ola que lo miró con recelo, y hasta una muy vieja le increpó por incursionar en aguas diferentes alegando que las aguas dulces nunca habían invadido a las saladas y que todo esto parecía una provocación irresistible. Pero Alo había sido educado en el arte de la conversación y no buscaba problema alguno. Bastaba con explicar sus sanas intenciones de búsqueda y exploración para que no fuera necesario batirse a duelo con ningún agua. En tiempos más imprudentes solía aceptar la afrenta de extraños que sólo buscaban molestar a los demás y entonces debía saltar para con su pecho golpear a la ola perturbadora. Pero siempre se increpaba a sí mismo, más allá de los aplausos insensibles que suscitaba, por no haber sabido resolver la situación con su discurso y tenerlo que hacer por la fuerza. 

No podía creer por instantes que se encontraba nadando en el Río de la Plata. Ese Mar Dulce que tantas veces había observado con curiosidad en mapas desde Europa ahora era su medio de movilización, su barrio temporario, o quizá lo fuera por siempre. A lo que, de pronto, pudo distinguir con sus ojos a la Isla Martín García. ¡Había cruzado el Río de la Plata prácticamente de este a oeste! Y para festejar, dio un salto de ola guapa y al caer cayó sobre una olita más pequeña, graciosamente bella, que tras el impacto expresó…

Olita – ¡Cuidado! 

Alo – Le pido me perdone, ¿qué puedo hacer por usted? ¿La he lastimado?

Olita – No me lastimó, pero sí me desconcentró. ¿Acaso no ve que estoy trabajando?

Alo – ¿Trabajando? ¿Cómo que trabajando? Las olas nadamos pero no le llamamos trabajo.

Olita – Mire usted, ¡aquí sí se trabaja! ¡Puff, puff! ¡Agggh! Me dejó un sabor salado tras el contacto, ¿acaso no tiene usted buen sabor? En fin, es un típico masculino…

Alo – Soy masculino y salado, pero dulce en mis sentimientos. Mi nombre es Alo y vengo del Adriático. 

Olita – ¿Del Adriático! ¿Una ola de mar? ¿Alo? ¡Gua, gua, gua! Alo es ola al revés… ¡Gua, gua, gua!

Alo – Para servirle bella olita. ¿Su nombre?

Olita – Estoy algo sorprendida, porque nunca conocí una ola salada, ¡y no sabía que tenían tan mal sabor! Mi nombre es Atiuga.

Alo – ¿Atiuga? ¿Y eso no es Agüita al revés? ¡Glug, glug!

Atiuga – ¡Mi nombre no es para reírse!

Alo – No se me enoje dulce agüita… Me le acercaré un poco para que vuelva a sentir mi sabor, que sé que no es tan malo. 

Atiuga – Mmmmm, no me convence, ¡es muy salado! Y yo soy agua muy muy dulce.

Alo – Lo que puedo decir de su sabor es que está muy rica, con toda verdad puede llamarse que es agua de una dulzura inexplicable.

Atiuga – ¡Bla, bla! Ya lo veo, masculino al fin, no importa si dulce o salado, siempre queriendo conquistar a las femeninas. 

Alo – No me juzgue mal, yo no voy por los mares mojando femeninas para enamorarlas, yo sólo quiero una olita compañera para salpicarnos juntos, y ahora que la compruebo, si es de salado a dulce y de dulce a salado mucho mejor.

Atiuga – ¡Basta ola europea!, que si usted viene a conocer es bienvenido, pero le voy a pedir que no interrumpa mi trabajo. 

Alo – ¿Cuál es su trabajo?

Atiuga – Es muy importante y necesario. Cada vez que los hombres vienen a arrojar al río desechos industriales, nos juntamos todas las aguas y unidas nos lanzamos hasta la orilla para bañarlos intentando comprendan su locura. ¡Están contaminando las aguas y debemos impedir que destruyan nuestra vida! Son tan torpes que no saben que ellos también dependen de nosotros.

Alo – Es increíble lo que me está contando. Me indigna saber esto. Allá en otros mares sé que ocurren cosas semejantes pero no conocí a nadie que se enfrente a estos malos hombres. 

Atiuga – Permítame decirle que nosotros lo aprendimos de ustedes cuando mucho tiempo atrás vinieron hombres desde allá a poblar estas tierras. Pero también trajeron algunas olas saladas en sus embarcaciones, las que nos instruyeron. Allá habían perdido la contienda y querían luchar por esta nueva. Y por aquí también la estamos perdiendo porque cada vez es más grande la contaminación que produce el hombre y buenas olas mueren secándose en distante orilla sin que las podamos rescatar. Porque el ímpetu por bañarlos a ellos hace que los saltos muchas veces sean desmedidos y ya no puedan volver al agua. Se han perdido grandes olas en esta lucha, y se pierden a diario. 

Alo – ¡Me siento agua del Ártico con esto que me cuentas! ¡No sabía nada! ¡Pero esas olas son unas heroínas! ¡Terminan secándose pero hacen que los hombres desistan de sus intenciones y mueren por el bien común!

Atiuga – Gracias por reconocer nuestra lucha. Pero la verdad es que lo único que logramos es bañarlos un poco y nada más. No logramos impedir que prosigan con sus ataques a la naturaleza. 

Alo – ¡No se logra nada! ¿Y por qué mueren entonces?

Atiuga – ¡Me sugerirás que nos quedemos quietas! ¿Qué no hagamos nada? ¡Intentamos dar un mensaje! ¡Nos sacrificamos por un mundo mejor! Antes los pueblos originarios vivían en armonía con nosotras y así como usted es salada y yo dulce y podemos entendernos, creemos que estas colonias europeas en América deberán entenderse con los modos de los pueblos anteriores.

Alo – Estoy fascinado con todo esto. No digo que me guste la situación, quiero decir que siento por vez primera una misión por realizar.

Atiuga – Pero si también puede hacer lo mismo en sus aguas. 

Alo – Y se hará. Yo les enviaré mensajes a mis amigos para que comiencen a actuar en el Mediterráneo, en el Oceáno Atlántico y Pacífico, ¡y en los siete mares!

Atiuga – ¿Por qué no va usted mismo allá para liderar el cambio? 

Alo – Es que yo no podré dejar su dulzura ni irme de su lado. No podría regresar y temer porque se seque en su lucha. En cada salto que haga yo estaré acompañándola, y si sucediera el salto más riesgoso querré morir a su lado.

Atiuga – ¡Ahí vienen los hombres! ¡Traen desechos industriales! ¡Quieren contaminarnos! ¡Viva la naturaleza! ¡Vivan las aguas limpias! ¡Vivan todos los que las defienden! ¡Saltemos juntos Alo! ¡Aaaaaaaguaaaaaa!

Esta vez Atiuga saltó muy lejos y no pudo regresar. Se secó cumpliendo su misión, pero no lo hizo sola, Alo estuvo con ella hasta que ambos se evaporaron. 

Barcelona, 2008