Recibí tu carta, tu muerte, tu despedida. Te agradezco y te reprocho. Importantísimo fue que te despidieses de mí, terriblemente estúpido que te hayas ido tan rápido. Me llevabas siete años, no más, hasta podíamos habernos ido juntos en una aventura en común, como las que tantas veces soñamos, planeamos, y que nuestra imaginación se ocupó de concretar. ¿Pero acaso no lo sé? Jamás hubieses consultado. No era tu estilo. La libertad al extremo. No hay límites en la vida. Y te digo que lo aprendí. Un hombre debe conocer sus límites para no reconocerlos jamás. Creo que sí lo entendí, porque creo que sí te entendí.
Pero hay tantas cosas que dejaste sin hablar. Y no pienso dejarte tan tranquilo hasta que no las hayamos discutido, como siempre, como ahora. Así que, hermano, si bien es la despedida, la estiraremos un poco más. Disfrutémosla. Saquémosle el jugo, como a todo, siempre.
Tu poesía, definitivamente, profunda. Como el abuelo, como vos. Estoy convencido que incluís el tema global de todas nuestras charlas y futuras cartas, Libertad Esclava.
Con esas palabras lo definís todo, y te entregas a conocer. Es la perfecta combinación de palabras para expresar la perenne contradicción que acosa al hombre en su imperfección. La libertad, es el emblema de todas tus batallas, tu estandarte contra la mediocridad, tu escudo ante el insulto, la bandera que flamea en lo más alto del cielo. Y la Esclava, es la otra cara de la vida y la realidad, quizás la enemiga de la precedente o quizás, con o sin ironía, su amiga. Porque para que exista la una o la otra es necesario que exista su opuesta.
Ahí, te reitero, está el eje de lo nuestro. La esencia del objeto de discusión. Espero pronto tu próxima carta bajo mi almohada. La vida y la muerte me acompañan en el camino. La primera me invita a sentir, y la segunda, amenazante, me enseña a su compañera...
Tin Bojanic
Libertad Esclava
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