Un bostezo, y otro más largo… ¡Buen día vida! ¿Cómo estamos hoy? Sábado por la mañana y es momento de despertarse. Puedo ver por la ventana que el cielo está limpio y deseoso que lo admiren. Así será. Primero debo organizar algunas tareas domésticas, desayunar como corresponde, y luego sí iré a disfrutar este hermoso día que me ha caído en suerte en esta ciudad de Barcelona, Capital del Mediterráneo.
Me pongo de pie y dejo la cama. Pero mejor me acuesto cinco minutos más porque anoche me dormí muy tarde por haberme quedado atrapado en un fantástico libro de aventuras reales del marino franco-argentino Hipólito Bouchard. A ver…
Yo – ¡Colchón! ¡Recibe mi cuerpo tras mi salto!
Colchón – ¡No más!
Yo– ¿Qué pasa! ¿Qué me has dicho colchón?
Colchón – Que no quiero continuar quieto y en silencio mientras vos dormís sobre mí, ni cinco minutos más.
Yo – ¿Cómo que no querés? ¡Pero si sos un colchón!
Colchón – Es que yo siempre quise ser bailarín y cantante de tangos, no permanecer quieto y en silencio. Por eso, hoy, quiero bailar y ¡cantaaaar!…
Yo – No entiendo qué te pasa. Sabés que para mí sos un fantástico colchón y me has ayudado a disfrutar increíbles sueños como cuando me encontré viajando por las estrellas y…
Colchón – ¡Eso se acabooooo! ¡Sooooy uuuun coooolchoooon caaaaantaaaanteeee! ¡Seré Carlos Colchón Gardel!
Yo – Bueno, no hay razón para que tengas que aturdirme así. Si querés bailar, bailá, pero con cuidado porque no tenés precisamente la silueta de un bailarín y vas a terminar tumbando y pisoteando los libros y las frutas que tengo en los estantes de la habitación… Ya te dejo hacer lo que quieras, pero a la noche tendremos que hablar…
Estoy muy extrañado. A este colchón lo conozco desde hace tiempo y nunca había tenido una ocurrencia así. En fin, veremos si se le pasa esta súbita vocación de artista. Voy para el lavadero con la ropa con la cual corrí por el parque ayer porque está bien sucia, es que estuve también jugando con unos perros sobre el pastito algo mojado. Abrimos la lavadora y…
Lavadora – ¡Que no! Me rehúso a lavar la ropa. A mí me gusta que esté sucia y, si me pedís que la ensucie, entonces, sí te ayudo.
Yo – ¿Qué ocurre lavadora! ¿También vos te levantaste con ganas de subir a un escenario buscando público y aplausos como el colchón?
Lavadora – No, lo que pasa es que estoy cansada de hacer siempre lo mismo, porque a mí me encanta el rugby y ver cómo los jugadores ensucian la ropa. Pero pareciera que quieren indignarme trayéndome justo a mí ropa para lavar…
Yo – La verdad que desconocía que te gustara mucho ese deporte, pero una vez que termina el partido, igualmente, se tiene que lavar la ropa. Podemos arreglar para ir juntos a la cancha a ver al seleccionado de rugby Los Pumas si te gusta la idea, ¿pero me dejarás a mí con el lavado de la ropa cuando vos tenés una fuerza y calidad insuperable para eso?
Lavadora – Lo de ir a ver un partido, lo pensaré. Pero me darán ganas de jugar y no creo que exista la categoría de lavadoras de rugby… El otro asunto es que estoy muy viejita y con este gira que gira con la ropa, termino muy mareada y con un fuerte dolor de cabeza… ¡Ya ni siquiera me preguntás qué jabón huele mejor para mí y traés el más barato sin importar el aroma!
Yo – Me parece que me voy a la cocina para calentar agua para tomarme unos mates y así desayunar y pensar sobre lo que está ocurriendo en mi casa… Hornallas, ¡allá voy!…
Yo – (En la cocina) Hola hornallitas, ¿cómo están hoy? Vamos a encender a una de ustedes para calentar agua…
Hornallas – (Siempre hablando al unísono) Sabemos cuánto te gusta desayunar unos matecitos. Pero hoy no tenemos ganas de calentarte el agua, porque estamos trabajando en el experimento de lograr hacer cubitos de hielo y tu pedido nos desconcentraría. Pero pedile a la nevera que te caliente el agua porque dice que quiere ir aclimatándose para sus vacaciones cuando vaya a visitar a la Isla de Cuba. Nosotras le acompañaremos y prepararemos unos licuados de fruta bien fresquitos con divertidos hielos caribeños… ¡Sandunga!
Yo – ¿Es cierto nevera que vos podés calentarme el agua para los matecitos?
Nevera – Claro que sí. Pero no sólo creo poder calentarte el agua. También me parece que puedo ser una estufa algún día. Es que he visto un aviso de empleo en el diario que dice así: “Se necesita heladera para los cerros de Bariloche que sepa calentar personas en la nieve pero que no deje de servir leche fría cuando se lo pida”… Sé que suena algo exigente pero…
Yo – ¡No puedo creer lo que está pasando en mi casa! ¿Cómo es posible que…?
Gato – ¡Jijijijijena! ¡Ay, mi amigo! Nunca pensé que te encontraría en esta cocina tan teatral y simpática… ¡Jjijijijena! Venía saltando por los tejados y preguntando por ti porque tenía que hacerte un pedido. Pero qué risa me causa verte discutiendo con tu casa… ¡Jijijijiijena!
Yo – ¿Hace cuánto que estás ahí, gato negro, sentando en la ventana y disfrutando de esta escena tan extraña?
Gato – Bueno, he disfrutado de esta magnífica charla hogareña desde hace varios minutos y es estupenda, ¡aplaudo colega! ¡Pla, pla, pla! Cuando me encontraba en tu tejado aproximándome a esta casa y vi que los broches de la cuerda donde se seca la ropa hacían concursos de salto entre una y otra soga me dije que sí, que esta era la casa del poeta que estaba buscando y la que me habían recomendado. Debo decirte que un broche azul puede llegar muy lejos en las próximas Olimpíadas… ¡hay que incentivarlo y darle más tiempo para entrenar y verás que…!
Yo – ¡Che, gato, se han vuelto locas las cosas en mi casa!
Gato – A mí no me sorprende que sean así las cosas en la casa de un poeta. Aquí me ves buscándote. Porque, aunque mi pelaje negro reluciente e impecable al cual le dedico lengüetazos a toda hora debería ser suficiente para impresionar a cualquiera, hay una gatita muy especial que me ignora. Te quería pedir una poesía de amor, a la que le pondré mi firma. Vengo especialmente desde Madrid a esto y recomendado por una pareja de amigos tuyos. ¡Qué cansado estoy!, ¿tu colchón cómo está?…
Yo – ¡Dios mío! El colchón debe estar ensayando ahora. ¡Ay de mí! Con este día que voy teniendo, lo que me faltaba ha llegado, ¡conquistar con mis palabras una gatita que no lográs impresionar ni con tu pelaje ni con tus risitas de jijijijijjena!… Porque simpático sos pero, lo de escribirle un poema a un amorcito, veo que ya no es tarea de cualquiera…
Gato – No seas soberbio poeta, y sé más humilde y solidario. Ayúdame a conquistar esta gatita que está riquísima y me gusta de verdad. No la quiero para andar jugando por los tejados. Me gustaría hacerla mi mujer para siempre. Que yo, después, puedo ayudarte con tu inspiración contándote historias de gatos andariegos, de gatos valientes… o también podría, para compensarte, ser el instructor de tu broche azul, que para piruetas un gato es todo un maestro. Mira poeta, y hablando en serio, si tu broche va a las Olimpíadas y gana una medalla podrían ser famosos e irse de viaje juntos por todo el mundo. Y si van a un sitio donde hay mal olor y faltan flores, el broche acróbata te puede tapar la nariz con sus brazos… ¡Jijijijena!
Yo – Bueno, basta ya, Gaturrón. Me parece que tenés mucha fantasía y chamuyo suficiente como para no precisar de mi ayuda. Pero te diré algo más importante. Yo aprecio que me considerés bueno en ayudarte para escribir una poesía. Pero el mejor poema que se le puede escribir a tu gatita, será el de las palabras que surjan en vos honestas y enamoradas. Luego sí, si se necesitara algún retoque, o corregir alguna falta de ortografía, por si has jugado mucho y leído poco en tu vida, contás conmigo bien predispuesto. ¿Qué importancia tiene que yo conquiste a tu gatita con mi poesía? ¡Lo importante es que tu corazón conquiste al de ella!
Gaturrón – Yo no tengo la culpa que te hayas peleado con tu cocina y que ahora, por eso, vengas a darme una lección de amor. Tienes razón en lo que dices, pero me ladras porque soy un gatiiiiito negriiiito y pequeeeeño y liiindo…. ¡dile algo a las hornallas, a la nevera, o a la lavadora, o al colchón si eres realmente guapo y orador, ¡diles!…
Yo – Está muy bien y hay razón en eso. ¡Famiiiiiliaaaaaaa! ¡Veeeeengan tooodos al comedor que hablaré con ustedes!
Yo – (En el comedor) Me sorprende que el televisor esté apagado. Porque los amigos con quienes vivo siempre están viendo algo, lo que sea, como si fuera un chupete electrónico para adultos, y no se dan cuenta que hay momentos en que es bueno superar etapas. ¿Se habrán aburrido ya de tanta tontería o será que la tele también hoy se levantó extraña?
Tele – ¿Extraña? No. No me levanté extraña sino cansada de transmitir tanto sinsentido. Hasta que no reciba buenas noticias del fin de la guerra o alguna linda película sobre la paz, no volveré a brillar en esta casa. Estoy harta de interrumpir sus comidas y conversaciones ofreciéndoles tan sólo obscenidad y violencia, ¿acaso no son la misma cosa poeta?
Yo – Familia y gato invitado: por favor, nos reunimos… Colchón, dejá de cantar por un instante y abrí paso a la lavadora para que pueda acomodarse en el rincón. Hornallitas y nevera pueden ubicarse cerca de la ventana si lo prefieren y, de paso, me ayudan a controlar por si algún broche decidiese probar un salto acrobático muy riesgoso y lanzarse al vacío. Me gustaría decirles algunas cosas, desde mi cariño y compañerismo.
Está muy bien que quieran explorar cosas completamente distintas a lo que han hecho hasta hoy. Buscar es algo maravilloso, y nunca deben dejar de cuestionarse quiénes son para luego reafirmarse, ni dejar de soñar con ser mejores cada día. Lo que no deben hacer es engañarse a sí mismos. Tampoco hay que desaprovechar los dones recibidos, negándolos. Ustedes hacen lo que mejor saben hacer y eso es un privilegio porque muchas personas deben hacer tareas para las que no han sido preparadas o no hacen nada porque no han descubierto sus particularidades. Todos tienen un don especial o virtud que pueden ofrecer a los demás. Cuando se nace con una destreza o habilidad innata hay que fortalecerla y llevarla hasta su más alta expresión, agradeciendo siempre a Dios por haberla recibido, forjándola. Porque si estamos comparándonos constantemente con los otros o queriendo cosas para las que no hemos nacido, viviremos en una constante insatisfacción y no desarrollaremos las aptitudes que sí poseemos. Tampoco, Gaturrón, podemos pedirle a otro que haga las cosas que nos corresponden hacer a nosotros. Cuando uno hace lo que siente no se equivoca, porque hacer lo que nos pertenece por destino es ser fieles a uno mismo, y nada puede ser más hermoso que transitar el camino que nos espera. Ser lo que somos es lo importante.
Gaturrón – ¡Pla, pla, pla! Te aplaudo poeta, pero me generó cierto temor a que estuvieras desvariando en esto también por haberte visto hablándole a las cosas.
Yo – ¿Acaso no se supone que los gatos no hablan y estamos manteniendo una conversación?
Gaturrón – Miaaaaau, miaaaau…
Yo – No te vayas Gaturrón¸ por favor, hablame… Che, gato, ¿se han vuelto locas las cosas en mi casa o soy yo?
Gaturrón – Jijijjijijena… (retirándose sigilosamente por la ventana).
MMVIII
Barcelona
Tin Bojanic
Descubre más desde Reino de Albanta Ediciones
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Me encantó! Muchas gracias ! 😊
Me gustaMe gusta
Gracias Silvia.
Me gustaMe gusta