«No reparó en cuánto tiempo estuvo allí metido en las orillas del río, llorando, viéndolo partir materialmente al padre. ¿Cuántas veces había buscando en el agua y en el cielo alguna respuesta? Pudo comprobar que había sido un buen rato el que estuvo allí lagrimeando, porque había dado el tiempo, sin notarlo, para que los gauchos amigos ya hubieran preparado un buen fuego donde estaba asándose la carne. Ni bien se acerco, los dos gauchos se pusieron de pie, como para brindarle respeto, el mismo que le tenían a su padre. Uno de ellos lo abrazó rápidamente y no supo qué decirle. El otro, se le acerco con una bota de cuero que contenía vino. Antonio los miró a los dos y luego arrojó sus ojos al fuego mientras dejó caer en su boca un trago muy largo. En ese entonces recordó la primera vez que había bebido alcohol junto a él, y esta sería la primera que lo haría contando nomás que con su espíritu. La bota fue pasando de mano en mano y el huérfano pudo estrenar el facón de su padre cortando muy hábilmente la carne».
Tin Bojanic
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