La espiritualidad nos lleva primero a la contemplación y luego a la reflexión. Comprender que la creación no puede ser un acto azaroso y que hubo algo antes que nosotros nos conduce inevitablemente a pensar que alguien nos esperaba, que hemos sido pensados como parte de un plan superior. Este es nuestro primer hallazgo: sabernos hijos de un Dios todopoderoso, a quien glorificamos.
Tras este reconocimiento inicial, le pedimos que interceda en nuestras vidas, que nos permita sentir su presencia y poder entre los seres humanos.
Entre nuestras primeras peticiones está la de asegurar nuestra existencia y supervivencia en esta tierra, para lo cual necesitamos de su ayuda constante.

Al aceptar que somos parte de su creación y que, siendo justo, nos dará lo que merecemos, le entregamos nuestros actos para que sean observados.
Reconocemos que no hay nada que podamos hacer sin su voluntad. Por eso le imploramos que nos ayude a cumplir nuestro deseo de retribuirle y agradecerle su infinito amor.
Si reflexionamos sobre cómo organizar estos pensamientos y crear una guía para estar en comunión con Dios, encontramos muchas santas referencias. Incluso yo me he atrevido a escribir algunos versos, pero nuestros hermanos y antepasados en la fe ya lo hicieron antes que nosotros, porque Jesucristo se lo enseñó a ellos.
Gracias a Mateo (6:9-13) y a Lucas (11:2-4), sabemos cómo lograrlo.
Padre Nuestro
que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad,
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.
Descubre más desde Reino de Albanta Ediciones
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario