Las pruebas de Dios

Inherente al concepto de Dios es su omnipotencia. No hay nada que no esté a su alcance y nuestra limitada inteligencia no puede concebir ciertas cuestiones que sólo resultan comprensibles por su sabiduría. 

Con palabras algo más sencillas me llenaba de admiración pensar en eso cuando tenía unos seis años. Recuerdo por ese entonces imaginarme qué sería el infinito y cómo habría sido la creación del universo y qué había antes de eso o qué sería la nada. Religiosamente me producía mayor ansiedad el hecho que nosotros, los mortales, estábamos a prueba aquí en la Tierra para luego ser juzgados por nuestras acciones y que, acaso, debíamos temerle a Dios. 

Quedaba claro que había algo que debía hacer con mi vida en esta oportunidad existencial para no fracasar y ser recriminado, mandato que aún perdura en mi alma. Si la vida toda fuera una prueba y, quien nos pone en esta situación posee una inteligencia absoluta y todo lo puede ver, su plan podría ser mucho más complejo que sólo dejarnos vivir y juzgarnos al final de nuestras vidas. Era un misterio que debía develar. Debía observar mejor mi entorno y todo lo que ocurría, porque Dios estaba en todas partes. 

Todo esto no era una preocupación y era un enigma. Porque cuales quieran fueran las formas de la prueba y del juicio de cada persona, yo era muy pequeño y sabía que eso ablandaba las sentencias y, por otra parte, yo no había hecho nada malo como para ofender a Dios. Sin embargo, quería entender cómo funcionaba todo ese mecanismo que tenía que ser perfecto, pero entendible en algún sentido por las mentes que serían evaluadas. 

Toda persona sería puesta a prueba bajo un ser omnipotente para quien nada es imposible y entonces, todo es posible que suceda. Comencé a hacerme algunas preguntas, y estas surgían muchas veces en las dos cuadras que caminaba desde mi casa hasta la escuela porque allí recibía educación cristiana. 

¿Lo que yo observaba era lo mismo que observaban las demás personas? ¿El entendimiento de lo que ocurría en el mundo exterior, tal como la apreciación de un color o la asimilación de un hecho cotidiano, era percibido igualmente por todos? De hecho, ¿existían los demás o yo era la única persona real y los otros serían una suerte de seres que sólo servían para la prueba a la que era sometido? No pensaba que yo fuera la única persona existente sino que muchas otras también estarían siendo sometidas simultáneamente pero por separado y todos rodeados de fenómenos irreales y confusos al servicio del plan divino. 

Una mañana rumbo al colegio se me ocurrió pensar que las lámparas que colgaban en el medio de la calle bien podían ser filmadoras por las cuales estuvieran registrando mis movimientos. Mirarlas fijamente como desenmascarándolas fue mi actitud todo el trayecto. Ese día en clase observé que mis compañeros, todos vestidos igual y sin mostrar signos de estar cuestionándose esto que yo, parecía comprobar mi sospecha. Si intentaba hablar sobre si éramos seres existentes o imaginarios, o quiénes éramos reales o ficticios, me respondían invitándome a jugar al patio en los recreos, pero bien podían estar negándome la posibilidad de indagar sobre el tema. Pero si eran sólo seres al servicio de un plan podían carecer de la necesaria información. Y así estuve toda esa mañana buscando algo que los delatara. No era un interrogante sencillo y, de descubrir parte del plan no significaba que lo contrariaría pero sí, durante toda la vida-prueba, iba a sentirme terriblemente solo. ¿Qué ganaba entonces hallando la verdad? No planeaba negarme a obedecerle a Dios, sino, y tal vez, ofrecerle mi inteligencia a su servicio demostrándole que había podido superar, tal vez, la primera prueba de todas: la de sabernos partícipe en una vida regida por un ser omnipotente que nos exige el descubrimiento de la verdad.

Al regresar ese día a mi casa, mantuve mi postura de mirar con aires de complicidad a las lámparas de la calle. Una vez en mi casa mi madre me dio un beso y luego preparó una comida. Ya no pude, entonces, pensarla como un ser sin vida o que ese amor fuera sólo parte de un plan. Ella era real, como yo, y entonces concluí feliz que no estaba abandonado en la experiencia de esta vida.

MMVIII

Dublin

Tin Bojanic


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