Siempre me gustó escribir lo que debía hacer y, a veces, también lo que no debía decirse. Esta vez es distinto, porque escribiré lo que por muy poco no tuve la oportunidad de expresar. Quizás por eso siento un compromiso mayor de darle forma a algo que, además de ser importante, logre finalmente hacer una verdadera catarsis de mis demonios e intentar dejar, para quienes enfrenten una situación dramática, una caricia que los invite a quedarse en este mundo.

Después de haber recibido el último golpe en esta vida, uno que bien pudo ser el definitivo, me aferré con todas mis fuerzas al deseo de escribir una vez más, y si fuera el caso, un último texto, un último libro, unas últimas palabras. Por primera vez, en esa lucha, mis oraciones fueron un ruego y no, como era habitual, una catarata de agradecimientos. Pedí, entre otras cosas, un tiempo más para escribir algo antes de partir. Le supliqué a la Virgen: Hazme sentir que valgo más vivo que muerto. Sentí que si llegaba a enfrentar la muerte otra vez podría entonces sentirme un poco más satisfecho por lo que hice y dije, por todo lo que haya escrito.
Cumplo ahora la promesa que hice mientras la muerte susurraba mi nombre. Intento dejar un mensaje, honrar la promesa hecha a la Virgen y agradecer, con estas palabras, la oportunidad de despedirme dignamente. Y si no fuera esta la despedida, entonces dar comienzo a una etapa diferente, procurando que mi mano, mi pluma y mis letras se reencuentren con la vocación cristiana y adquieran un sentido más profundo.
MMXXIV
Trogir
Tin Bojanic
LA MANO DE UN ESCRITOR CRISTIANO
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