Una maleta a la que le decían Mále

Mále está muy viejita pero aún no se ha cansado de viajar, porque eso es lo que más le gusta y, porque también, es lo que mejor sabe hacer y ha hecho toda su vida. Su aspecto reluciente y vestido azul marino se ha ido opacando con el tiempo y pueden notarse los golpes en su cuerpo de tantas aventuras. Conserva un tatuaje que lleva en su piel con la inscripción del primer sitio que visitó que reza: Bienvenidos a Stari Grad, Croacia. 

Siempre ha dicho que no existe un principio ni un fin en el andar de un viajero, pues la vida misma es una continuidad de acciones guiadas por una auténtica pasión. En su caso ha sido la de penetrar las nubes con imponentes aviones o intrépidas avionetas, y recorrer todo tipo de carreteras en coches pesados y ligeros. Y también ¡cuántos kilómetros sólo ella sabe que ha recorrido en tren! Pero no, por mar nunca había viajado y sabía que ese era un asunto pendiente.  

Las cosas que podría contarnos Mále nos llenaría de asombro, como cuando está en un puerto aéreo esperando y se encuentra con otra como ella iniciando conversación. Pero últimamente ya no quiere hablar demasiado porque está disgustada. La razón de su enojo es que a Mále ya no la llaman así, sino con su verdadero nombre más completo pero menos jovial y cariñoso: Maleta. ¡Vaya que tiene razón para ofenderse! Porque maletas hay muchas por aquí y por allá, yendo y viniendo, pero cuando a una le dicen Mále se sabe que es por diferenciarla y por reconocerla entre las muchas otras que hay. Cuando esta distinción se hace es por cariño, y entonces más feliz se pondrá una Mále al dejar de ser una triste maleta. Su compañero de viaje, como le llama ella, mientras que hay quienes dicen que es el dueño de Mále, también ha dejado de llamarla así y es eso lo que la tiene mucho más y de verdad entristecida…

Un día muy temprano el dueño de Mále y ella se encontraban sentados en el portal de su casa de Stuttgart en Alemania. En eso llegó el cartero con un catálogo de una infinidad de modelos de fantásticas maletas, con el agregado de poder conseguir un importante descuento si el comprador entregaba a cambio la maleta vieja. A Mále siempre le gustó mucho el reciclaje para proteger el planeta pero esta situación podía provocar el fin de sus viajes y dos posibles situaciones igualmente peligrosas. Por un lado, podían desarmarla para venderla en piezas o bien fundir sus materiales con otras maletas viejas para crear los cuerpos de esas nuevas que venían a quitarle la vida. La otra posibilidad era que con un maquillaje diferente volviera a ser vendida para ser utilizada como carrito para ir al mercado. ¡Qué horror! ¡Ser desarmada! ¡Terminar los días transportando verduras después de haber recorrido lugares inimaginables! Ella, quien había pisado las más distantes ciudades y culturas, no se dispondría a terminar tropezándose en un mercado con unos carritos que sólo habían hecho el mismo recorrido de pocas calles una y otra vez transportando ¡pescado enlatado! ¡De ninguna manera! ¡Mále debía hallar una solución! Y con lo valiente que había sido hasta ese día -aunque muchas veces sollozó cuando se creyó olvidada por su dueño en algún oscuro lugar de pasajeros en tránsito o espera de abordaje- sentía que merecía un final más digno, un último viaje. 

Ambos personajes miraron el catálogo y pareció que los dos hubieran pensado en lo mismo. Entonces Mále buscó otro catálogo turístico que habían recibido días atrás donde se promocionaba conocer las Islas Maldivas y su capital Malé al sudoeste de la India, que tan simpática la había resultado a ella por la coincidencia entre las letras de la ciudad y su nombre a pesar del acento final. Se lo enseñó a él y una sonrisa confirmó que sería complacida.

Llegó el día del viaje. Desde Stuttgart volaron a London en Inglaterra en menos de una hora y debieron esperar más de cuatro horas para poder abordar el próximo avión. Finalmente, luego de casi diecisiete horas arribaron a Malé, aunque ambos le habían cambiado el acento a los pasajes para llamar a su destino Mále acentuando a la letra a. 

Disfrutaron de unos días de amistad recordando anécdotas de distintos viajes: la gran tormenta en La Habana, Cuba; cuando una maleta tres veces más grande que Mále cayó sobre ella por accidente en la bodega del avión con el cual abandonaban Santa Cruz de la Sierra, Bolivia; o cuando discutieron en Dublin, Irlanda, acerca de llevar o no unos cuchillos que Mále se negaba por miedo a cortarse en su interior durante el viaje, cosa que luego sucedió marcando una herida que perforó su tapa… Pero el último gran recuerdo sería el del atardecer en la capital de las Maldivas… 

Como Mále quería conocer la sensación de navegar, y porque en el puerto un hombre les ofreció adentrarse a la mar, ambos consideraron que era la mejor manera de honrar el último viaje que harían juntos. Entonces abordaron un pequeño bote con un marinero que también hacía de capitán. Disfrutaron el oleaje y arrojaron carcajadas. Se abrazaron y sonrieron. Pero una serie de sorpresivas olas sacudió a la embarcación varias veces. Mále, que había dejado todo lo que llevaba en su interior en el hotel resultó tan liviana que cayó al mar, ¿o se habrá arrojado? El agua se filtró por sus heridas rápidamente y por ello comenzó a hundirse. Estaba oscureciendo y su piel azul marina dificultaba la visualización. Cuando el capitán del bote comentó que la vieja maleta había caído al agua no pudo entender la desesperación del dueño que, con un salto tremendo, se zambulló en el mar para buscar a Mále. Pero ya era tarde, porque no pudo encontrarla. Su fiel compañera había descendido a las profundidades…

  Años más tarde, sentado nuevamente en su portal de Stuttgart, el antiguo dueño de Mále se encontraba mirando otro catálogo de las Islas Maldivas promocionando sus corales. Le trajo tristes recuerdos, pero en eso halló una fotografía de las profundidades donde podía verse una maleta abierta repleta de caracoles y brindando el escenario para una rítmica danza de medusas. Era azul marino y podía distinguirse un corte en su tapa, ¡la de los cuchillos que él obligó a transportar a Mále desde Irlanda! Entonces sonrió, porque no era esa una maleta cualquiera en el fondo del mar, sino que era Mále. Nada de terminar sus días transportando pescado enlatado, allí se la veía feliz montando el espectáculo marino de uno de los más increíbles corales de Malé-Mále, como el hombre rectificó en un mapa de su casa.

MMVIII

Barcelona

Tin Bojanic ǀ Historias del Edredón

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