“Estamos en Atenas, en los albores del siglo V a. C., bajo una cultura pagana, un grupo de varones está reunido y debate en el ágora. De pronto, uno de esos individuos cae sacudido por violentas contracciones, tiene el rostro crispado, rechina los dientes y por sus labios entreabiertos emerge abundante saliva. Sus ojos se han puesto en blanco y una notable fuerza interior parece agitarlo hasta que lo transforma en un muñeco desarticulado. Los demás hombres lo rodean llenos de envidia. Es que quien se sacude está poseído por los dioses: fue elegido. Entonces alguien sale corriendo para buscar a un sacerdote del templo Apolo: es necesario que se interprete lo que los dioses comunican a través del sujeto estremecido. El sacerdote, por fin, traducirá el mensaje divino, con peculiar respeto por el elegido. Ahora instalamos la misma escena en Roma durante el siglo XIV. El que corre busca a un obispo porque estamos en tiempos cristianos. Éste, de seguro, dirá que se trata de posesión satánica y entregará al pobre sujeto al Santo Oficio (la Inquisición), que tras torturarlo con salvajismo para que confiese cómo y cuándo pactó con el Maligno, lo quemará vivo en una ignominiosa hoguera como liturgia de purificación. La misma experiencia, hoy en una gran ciudad de Occidente, bajo vientos más laicos. El buscado será un médico, que diagnosticará epilepsia, procurará internar al caído para hacer los estudios necesarios (electroencefalograma, quizás también tomografía computada de cerebro) y prescribirá medicamentos anticonvulsivos. En los tres casos nos hallamos frente al mismo fenómeno devenido en tres “objetos” diferentes, tres conceptos divergentes (posesión divina, posesión satánica, epilepsia), tres técnicas de abordaje diversas (la escucha interpretativa, la tortura y la quema, los estudios y la farmacología). Esto demuestra que cada saber, como emergente de una época y una cultura, traza los límites de su alcance y establece “objetos, conceptos, técnicas” que definen su horizonte”.
Jaime Plager