«Entonces Iker vio como Guido embistió con su nave al submarino pirata dañándolo seriamente y dejando fuera de combate uno de los arpones, brindándole tiempo a la ballena para refugiarse tras unas inmensas rocas marinas que tenían la precisa forma de un escudo protector. Pero el fuerte choque causó averías irreparables en la nave del valiente Guido y su submarino muy lastimado ya no respondía a las órdenes de su comando. No tuvo otra alternativa que abandonar ese pez metálico que lo transportaba y comenzar a nadar con su traje de buzo, respirando el oxígeno que le proveían los dos tubos que llevaba en su espalda para tal fin, hasta la nave de su hermano».
Fragmento de «¡Eubalaena Australis!», HISTORIAS DEL EDREDÓN.