“Ser poeta es ante todo poseer una capacidad muy especial, relacionada a la observación, comprensión y transmisión de las respuestas emocionales, y con sus derivados motivacionales en su vida diaria.
El poeta describe lo que el resto de la sociedad no sabe cómo, pero sí se identifica con lo que siente, y de ahí su importancia al lograr sentirse comprendido.
El espectro que abarca la poesía es la vida toda, desde el nacimiento hasta la muerte, la guerra y la paz, el amor, la desolación y la consolación, la esperanza en un mañana mejor, por ello, lejos está el poeta de saber rimar en la poesía, llamar la atención, calmar el ánimo. Es mucho más, simplemente nos ayuda a interpretar y sentir la vida toda, y curiosamente nos devuelve la paz en la discordia, nos distancia de lo incomprensible del dolor, nos ayuda a aceptar la vida.
Ahora bien, ¿qué pasa con los hijos de los poetas?, dado que en general ningún poeta piensa en enseñarles a escribir poemas a sus hijos.
Un día recita en una reunión, otro nos sintetiza una situación en una frase, otro descubrimos algo que escribió sin mostrarnos, pero que al descubrirlo nos sentimos sorprendidos e identificados.
Los padres en general son los formadores de nuestra personalidad en gran parte, dictan normas de convivencia, de responsabilidad, de estudio, de trabajo. Pero curiosamente y sin darse cuenta, les transmiten muchas cosas, sin que esté la palabra en el medio, que un día descubren que las han heredado y por ello les dan valor.
Fallecido mi padre, un día encontré en su escritorio, el mismo sobre el cual escribo estas líneas, su último libro, El Transeúnte, en borrador, que fue editado años después. En su dedicatoria, en este caso a sus siete hijos, al referirse a mi persona dice:
A Fernando José, venturoso padre de varones, hombre de fe, médico y poeta.
Hasta ese momento el término poeta no lo había usado conmigo, ni recuerdo haber escrito poema alguno, aunque sí posteriormente. Pero habiéndome especializado en oftalmología, un día descubrí que mi mundo, el de mi padre, era la palabra, así fue como decidí ser psiquiatra y me sentí perfectamente identificado con la especialidad, tratando de continuar la obra del poeta”.
Fernando José Jijena Sánchez