“Se me dice que era necesaria una revelación para enseñar a los hombres la manera cómo Dios quiere ser servido; prueba de ello la diversidad de extraños cultos por ellos instituidos; y no se comprende que esta misma diversidad procede de las fantasías de las revelaciones. Desde que los pueblos han convenido hacer hablar a Dios, cada uno le hace hablar a su modo y le hace decir lo que quiere. Si sólo se hubiera escuchado lo que Dios dice al corazón del hombre, jamás hubiera habido más que una religión en la tierra. Comprendo que se hubiera precisado un culto uniforme; pero este punto ¿era tan importante que requería todo el aparato de la potencia divina para establecerlo? No confundamos el ceremonial de la religión con la religión. El culto que solicita Dios es el del corazón; y éste, cuando es sincero, es siempre uniforme. Demuestra una vanidad loca suponer que Dios se interesa grandemente por la forma del ropaje del sacerdote, por el orden de palabras que pronuncia, por los ademanes ante el altar y por todas sus genuflexiones. ¡Eh, amigo mío!, a pesar de tu devoción, siempre estarás cerca de la tierra. Dios quiere ser adorado en espíritu y en verdad: este deber es de todas las religiones, de todos los países, de todos los hombres”.

Jean-Jacques Rousseau

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