A Mate Bojanić
Stari Grad, Isla de Hvar, Dalmacia, principios del siglo XX.
Los botes se hamacan en el agua. Allá regresa Jure de pescar. Y en la terracita del café está Vlado. No sé si debería estar aquí sentado frente a la bahía observando el pueblo de esta manera, que no me hace bien. No sé si sería mejor erradicar de mi memoria todas estas imágenes. Porque si estoy dispuesto a comenzar una nueva vida en algún lugar lejano, todo esto me comerá el corazón. Pero quién me creería si dijera que algún día me olvidaré de mi Isla y de mi gente, si algún día no querré regresar para ver, al menos, si alguien se acuerda de mí. Fumaría, pero no fumo. Menos mal, porque me fumaría una pipa grande como todo el pueblo. No quiero despedirme de nadie, ¡y aquí me expongo tanto!, ¿dónde está Nikola con su barquito? Sé que mi madre seguirá llorando acostada en su cama, porque le pedí que no viniese a despedirme hasta acá, porque le prometí que sólo aceptaré una bienvenida, en cuanto pueda regresar. Llora también porque sabe que no seré el último que deberá partir, porque el resto de los hermanos también, probablemente, lo haga. Papá estará ocultando sus lágrimas mientras trabaja; sé que por la madrugada vino a darme un beso antes de irse a trabajar y desde que discutimos sobre mi destino, no ha vuelto a hablarme como antes, y ha ido disimulando la despedida. ¿A quién le gusta las despedidas? Respiro el aire de mi Isla, la quiero inhalar para llevármela conmigo. Jure me saluda desde su bote, no quiere descender porque sabe que deberá tener que venir a mí, y prometimos no lagrimear, que ya somos dos hombres, que ya tenemos dieciocho. Ambos sabemos que está haciendo tiempo y que nada lo retiene en el bote más que el evitarnos. ¿Qué será de él que no quiere partir? A la falta de agua y de trabajo se dice que podrá haber guerra, que siempre la hay, una y otra vez. Vlado corrigió su silla en el café y me da la espalda. Los viejos saben que el pueblo se vacía, que sin jóvenes el futuro se acorta cada vez más en desaciertos. ¡Ahí está Nikola! Por fin.
Nikola – ¿Qué tal hermano?
Mate – Acá estamos, el bolso listo. Vámonos rápido, por favor.
Nikola – Sube. Dame la mano. Deja el bolso dentro y trae la botella de rakija que preparé para el viaje.
Mate – Vamos, por favor. Acá está la botella.
Nikola – Antes de partir, brindaremos por la Isla y brindaremos por tu suerte.
Mate – Bien, sí, brindemos frente al pueblo, živili! (salud).
No puedo dormir y Nikola se da cuenta que tampoco tengo ánimo para ninguna charla. El oleaje pareciera cantarme una canción de despedida. Porque podrá haber mar adonde vaya, pero no será el Adriático, no será el mío. ¿Qué ha sido mío verdaderamente? ¿Qué será mío alguna vez? Soy yo ante el mundo; yo desafiando al destino y entregándole mi suerte.
No sé cómo pude dormir. Será la botella de rakija vacía. Me despertó Nikola ante la imponente ciudad de Dubrovnik. Tengo muy tiernos recuerdos de la Perla del Adriático, pero ahora será la última ciudad de mis tierras que veré. Tantas veces se la intentó conquistar sin nadie haberlo lograrlo, y ahora quizá sólo la vengan a ocupar pacíficamente si sigue vaciándose de gente.
Nikola – Hermano, puedo dejarte aquí en las playas del sur de la ciudad…
Mate – Gracias, Nikola, aprecio mucho lo que has hecho por mí. Cuando vuelvas a la Isla dile a la familia que estaba contento, entusiasmado, cuando me viste partir.
Nikola – No me hagas mentir. Les diré que te fuiste entero y que volverás hecho todo un señor algún día. Toma, esto es algo que con mi señora decidimos darte. No es mucho dinero, pero te servirá para los gastos de abordo…
Mate – No, no puedo aceptarlo.
Nikola – No lo tomes como un favor, tómalo como un préstamo por si nosotros también un día debiéramos partir y unirnos a tu expedición. Porque voy a ser padre en algunos meses y querré lo mejor para mi hijo.
Mate – No sabía nada, ¡felicitaciones!
Nikola – Gracias… Mira, allá al norte de la ciudad pueden verse los barcos para ir a América. No los pierdas para no estar sufriendo de ansiedad por la ciudad hasta que lleguen otros.
Mate – No los perderé. Me voy… Nikola: Zbogom! (hasta siempre).
¡Qué grandes son estos barcos! El primero me dicen que va para Grecia y el segundo dice “Amerika”. Iré a hacer la fila para abordar e ir a América. Los más grandes hablan entre sí mientras la espera, los de mi edad mantenemos silencio. Claro, si estamos llenos de miedo. Todos le pagan a ese hombre uniformado; le pagaré también.
Mate – Voy a América…
Uniformado – ¿Qué dice allí? ¡Pague y suba!
Sí, ¿a quién le importa mi historia y mis preocupaciones? Algunos tienen camarotes. Yo podré dormir en el comedor cuando haya terminado el turno de la noche. No me estoy quejando, si esto ya lo sabía, si hace meses que me preparo para vivir, para sobrevivir, toda esta experiencia.
Franjo – ¿Hablas croata?
Mate – Sí, claro. Soy Mate.
Franjo – Franjo, encantado.
Mate – ¿De dónde eres?
Franjo – Korčula, ¿tú?
Mate – Yo soy de Hvar.
Franjo – Entonces brindaremos por las Islas.
Mate – Sí, pero ¿con qué?
Franjo – Tengo rakija compañero.
Mate – Muy bien entonces…
Franjo – ¿Qué edad tienes?
Mate – Dieciocho, ¿tú?
Franjo – Veinte. Así que si te sientes triste puedes hablar conmigo.
Mate – Hvala (gracias).
Franjo – ¿En qué puerto desembarcarás?
Mate – Estados Unidos.
Franjo – Pero este barco va para Sudamérica. Podrás desembarcar en Brasil o en La Argentina.
Mate – Pensé que iba a Estados Unidos.
Franjo – No, este va a Sudamérica. Allá en Buenos Ayres me espera un primo, pero no sabe que estoy yendo ni sé cómo lo voy a encontrar.
Mate – ¿Es grande Buenos Ayres? ¿Me convendría desembarcar en Brasil?
Franjo – No, Brasil no es buena idea, La Argentina es mucho más moderna y tienen políticas para la recepción de inmigrantes. Además, hay muchísimos dálmatas allá y eso te hará sentir mejor, eso imagino.
Mate – Sí, claro. ¿En qué idioma hablan allá?
Franjo – Español.
Mate – ¿Tú hablas español?
Franjo – No.
Mate – Yo sé una palabra: ¡Amor!
Franjo – Sí, también yo. Bridemos por el amor entonces…
Franjo y yo nos esquivamos por varios días. Es que él se sentía mayor que yo y que debía entregarme cierta entereza. Y tampoco yo quería que él me viera. Porque en alta mar todos lloraron, todos lloramos. Lloré una noche pensando en mi Isla, mi infancia, los rincones que descubrí y que hice míos, si es que hay alguna cosa que pueda llamarla mía. Lloré luego por mi familia, pensando en mi padre conteniendo las lágrimas en su trabajo y sintiéndose culpable, y mi madre llorando en la iglesia del pueblo rezando porque yo tuviese una mejor vida. También lloré por los amigos, y ya no sé porqué no me abracé con Jure, y ahora estoy enojado con él. Por último lloré por mi destino, por mi suerte, por sentirme desamparado. No sé porqué llevo este bolso haciendo tanta presión con mis manos si nadie me lo robaría siendo yo el que menos tiene de todos, y si no hay nada valioso en él. ¿Qué es lo importante que tengo? Me han dicho que tener dieciocho años, que tener la posibilidad de poder comenzar una nueva vida con más oportunidades. Ni eso que tengo lo tengo por demasiado ni por confirmado. Claro, si también iré sumando años y nadie me asegura si tendré, o nunca, esas oportunidades. ¿Por qué pensaré tanto? Algunos otros, me parece, van mejor preparados que yo. Buenos Ayres, ¿qué hay en Buenos Ayres? Voy a volver un día y le hablaré en español a mi madre, sí, se va a divertir con eso. ¿Qué está más lejos, Estados Unidos o La Argentina de mi Isla?
Estoy flaco, harto de navegar, nunca había estado tanto tiempo sin hacer tierra. No sé dónde habremos parado los últimos días pero cada vez veo más italianos a bordo. ¿Ellos entenderán español? ¿Qué está haciendo Franjo? Parece borracho.
Mate – Franjo, ¿qué pasa? Te tomaste una botella solo.
Franjo – Es mi cumpleaños.
Mate – ¿De verdad? Sretan rođendan! (feliz cumpleaños).
Franjo – “Gracias”, ¿te gusta mi acento español? Allá hay una mujer catalana que me está enseñando algunas palabras.
Mate – Eso está muy bien. Pero, ¿por qué brindaste solo?
Franjo – La mujer catalana me invitó a unos tragos. Me vio llorando en un rincón y le expliqué que era mi cumpleaños. Ella dice que está enferma pero yo la veo muy bien.
Mate – Entonces fue una botella feliz, compartida. ¿En qué hablan?
Franjo – En italiano, mi madre es italiana.
Mate – ¿Te gusta esa señora?
Franjo – Sí, me gusta mucho y hoy nos vamos a casar, si nos dejan…
Mate – No está mal sentir un poco de amor el día de tu cumpleaños. ¡Sé caballero!
¿Se habrán casado de verdad? Recuerdo el día de su cumpleaños que me dijo que lo harían. Ojalá así haya sido. También recuerdo que me dijo que ella estaba enferma, ¿qué le pasaría? Yo imaginaba que íbamos a ser buenos amigos. En realidad, fuimos muy amigos. Es con el último ejemplar de las Islas con el que hablé, y con quien lloré. Nadie me explicó nada muy bien, nadie habla mi lengua. Igual no lloré cuando sus cuerpos fueron arrojados al mar. Me quedé mirando cómo el agua los tragaba y se los llevaba al fondo cuando se supone que deberían ir al cielo. Se fueron juntos. Y tal vez mejor, irse así, con el último recuerdo de sus pueblos y no con la imagen de un lugar desconocido. ¿Por qué no lloré? Me habré cansado de llorar. Si los hombres no lloran tanto este viaje me estará haciendo hombre. En fin, la catalana y el dálmata volvieron al mar, volvieron a sus orígenes. Yo soy el único que no sabe adónde va. ¿Habrá rakija en Buenos Ayres? ¿Qué tomarán allá cuando están tristes?
Hay gran alboroto en el barco. Han vuelto a gritar tierra. Cuando gritaron Brasil no quise mirar, tuve miedo. No lo sé. Franjo me dijo que era mejor Buenos Ayres y se me ocurrió homenajearlo así. ¿La catalana, que nunca supe su nombre, iba para Brasil o La Argentina? Porque quizá se hubieran separado… Por eso… Tal vez mejor que hayan terminado así, juntos, aunque en el fondo del mar. Si no tenemos nada, si somos tan poco, ¿qué tengo yo? ¿Qué tendré alguna vez? Yo voy a ser siempre el mismo Mate, el que se forjó en Hvar, el que vivirá bajo el cielo que Dios se lo permita. ¡Cuánto escándalo! Entiendo que griten todos por la ansiedad de llegar a tierra, pero ¿acaso nadie se plantea lo que sucederá después? También yo quiero llegar, si estoy harto del viaje, harto de llorar, harto del mar, pero qué voy a hacer una vez que desembarque. Estoy sereno y eso es bueno, eso lo aprendí de mi padre. ¡Si me viera desembarcando en Buenos Ayres, en Sudamérica! Si mi madre me viera ahora curtido por el viaje, dispuesto a pelear por una nueva vida. Espero se sientan orgullosos, espero les haya transmitido algo de tranquilidad al partir. Espero confíen en mí. Espero volver a verlos. Se la ve linda a Buenos Ayres, cuántos barcos. Y llegó el momento de pisar tierra. Haré fila. Hay un policía que grita algo así como “os ke saen abla spaño aka”, “spañol no, aka”. Yo iré con los segundos, español no, yo no soy español. Soy dálmata, vengo de Stari Grad, Isla de Hvar. Deberé mostrar mis documentos. No sé si lo que estoy viviendo es real o lo estoy soñando. Se me viene una inmensa nueva realidad encima. Que Dios me ayude y, ojalá sea el último de mi sangre en tener que experimentar todos estos temores, de tener que sufrir tantas amarguras. Ya vendrá felicidad. Haré lo posible. Me lo prometo. Me la prometo. Pisé tierra, estoy en La Argentina. Franjo, llegué, tendrías que estar acá. Sí, sé qué debo decirle al policía al entregarle los documentos, Franjo, no me olvidaría, ni te voy a olvidar a ti, porque te llevo conmigo.
Policía – ¿País? ¿Edad? ¿Destino?
Mate – Hola Buenos Ayres, hola.
Madrid MMXI