Por Tin Bojanić, en Tierras de Adrogué, MMXI
Es una ciudad literaria. Tiene muchísimos rincones de poesía. Por sus calles se pueden encontrar, tal vez, a todos los grandes personajes de la literatura universal. Los héroes, los villanos, los monstruos, las mujeres fatales, los desgraciados. Todos. En Buenos Ayres están todos. Por eso, no es raro en particular, que también quieran venir quienes no son de aquí. Que haya algunos que decidan probar la suerte de los nacidos en la orilla sur del Río de la Plata, o que quieran momentáneamente hacer carnes aquellos misterios y enigmas que por acá deambulan por la noche y que caminan por el día. Sean estos anzuelos entes con fisonomía humana, o sean estos ejemplos de cuestiones aún más extrañas, aquel elixir de surrealismo y ensueño: lo que inspira a la literatura.
Es 1933. Se encuentran en la ciudad el poeta andaluz Federico García Lorca y el poeta chileno Pablo Neruda. Y podría terminar el relato aquí mismo. Porque basta tener una inexplorada imaginación para crear el sinfín y sinnúmero de escenas mágico-teatrales que pudieran ocurrir entre ellos dos en la mencionada urbe. Que, bien basta con generar preguntas que andar respondiendo todo el tiempo (aún cuando nadie lo ha pedido y perdón por ello). Pero, sí, proseguiré con este asunto. Y será especial porque fuera del escenario, cuando dos poetas se encuentran, es festival de amistad, y de amistad con la poesía.
Para un evento cultural se citó a ambos poetas en un salón para rendirles una recepción especial. Allí, ellos, se encontraron horas antes como excusa para verse, y con motivo de intentar devolver en cierto modo la gentileza que se les venía encima. Se sentaron en la barra de la confitería del lugar, y ante un mozo que parecía estar preparado para servir sin molestar, o que no entendía bien quiénes eran aquellos dos…
Pablo – ¡Federico! ¡Querido mío! Recibe este abrazo y este beso.
Federico – ¡Ese es mi chileno, mío! Y es también mi poesía la que te abraza, la que ya te abrazó anteriormente y nunca te ha soltado…
Pablo – Qué bello encontrarte aquí entre tanto Buenos Ayres… ¿Vino?
Federico – Sí, claro.
Pablo – ¿Por qué brindamos?
Federico – Por nosotros, aún más claro.
Pablo – Recuerdo que habías venido por poco tiempo y terminaste enamorándote de esta ciudad.
Federico – Hay ciudades que un poeta debe conocer. No es posible llamarse a sí mismo poeta y no haber conocido esta ciudad, no haber desembarcado en New York, o no saber cómo es la noche en La Habana. ¿Acaso no te sentías algo incompleto antes de haber ido por primera vez a Madrid?
Pablo – Me siento incompleto ahora que no estoy allá. Sólo por cierto excentricismo y por ojos curiosos estamos mejor por estos días en Buenos Ayres.
Federico – Pero por ansias sabemos que pronto habrá que estar en España.
Pablo – Y allí estarán todos los poetas que defiendan a la lengua castellana no sólo de palabra y por su belleza, sino también por su acción y por lo que dice y dirá incansable…
Federico – Porque es más bella la palabra que dice el pueblo que canta una vida nueva…
Pablo – Que fea es la palabra de aquellos que quieren quitarnos el poema de la boca como si nos quitaran el pan del corazón.
Federico – Radicales les gritan a los que quieren aplastar como títeres a los intelectuales.
Pablo – Y no saben que mayor radicalismo y convicción hay en quien se arma y protege en poesía.
Federico – ¡Sí, viva la poesía!
El camarero pareció despertarse del desinterés que le causaban esos dos extranjeros que gritaban la palabra poesía. Lo cierto es que le produjo algo de miedo sentir que aquellos dos no eran hombres comunes. E intentando indagar un poco lo que sucedía, se les acercó para ofrecerles otra copa, y que invitaba la casa. Que mal sería si no se les calmara la euforia que les causaba tanto escándalo (según él) y que podría traer problemas precisamente el día en que le habían dicho vendrían dos personalidades para que se les brindara un homenaje.
Mozo – Disculpen, caballeros, ¿les ofrezco otra copa? Oí hablarles de los radicales y de la poesía, ¿me podrían decir qué tiene eso que ver lo uno con lo otro?
Federico – Es que somos políticos y sólo hablamos de una sola cosa hasta no aburrirnos jamás y en servicio del pueblo: de poesía.
Mozo – ¿No era de política de lo que hablaban?
Pablo – Es que somos poetas y sólo hablamos de una sola cosa hasta no aburrirnos jamás: de política.
Mozo – Bueno, no tienen por qué burlarse de mí que les estoy dando una copa e invita la casa.
Federico – Se agradece.
Pablo – A tu salud, compañero.
Ambos tomaron un sorbo mirándose a los ojos mientras se sentían como si hubiesen cometido una picardía al igual que cuando eran niños. Y sonrieron. Pablo le dio a Federico un cachetazo de esos afectivos como el que le da un padre al hijo para corroborar que está bien, o como quien quiere comprobar que ese que está en frente está de verdad allí, que a los poetas, muchas veces, se les hace dudar lo que es real y lo que es fantasía.
Federido – ¿Qué diremos en ocasión de la recepción que se nos brinda?
Pablo – Yo no puedo escribir unas líneas en tu nombre, no lo haría bien.
Federico – Y yo, tal vez, podría escribir todo un teatro con tus versos. ¡Pero qué incomodidad! ¿Verdad? Si no necesitamos hacerlo delante de nadie y parecerá un espectáculo obsceno de poesía.
Pablo – Absolutamente. Entonces hagamos otra cosa.
Federico – Sí, nos vamos a recorrer la noche porteña…
Pablo – No, digo que hagamos otra cosa como función y en función de quienes vendrán.
Federico – Por supuesto. Les recitamos poesía de Chile y de La Argentina.
Pablo – Y de España también.
Federico – ¡Ay, que yo quisiera incluir a toda Latinoamérica!
Pablo – Hagamos eso entonces. Rindámosle tributo a la poesía hispanoamericana. Que se sientan aludidos todos los poetas sin que estemos nosotros en ello.
Federico – O sintiéndonos en ellos tan sólo por ser poetas sin importar que tú te llames Pablo o que yo sea Federico.
Pablo – Estamos en Buenos Ayres y es el año 1933.
Federico – Es como si yo dijera España y es 1936.
Pablo – Me dice poco y nada tal como si yo dijera Santiago y es 1973.
Federico – Basta con eso… Pero como buena fuente de la poesía es la melancolía…
Pablo – Nos iremos al pasado para que quede mejor.
Federico – Honremos entonces… ¡a Rubén! ¡A Rubén!
Pablo – ¡Darío!
A Rubén Darío, por García Lorca y Neruda
(texto original)
Neruda- Señoras…
Lorca- y señores: Existe en la fiesta de los toros una suerte llamada «toreo del alimón», en que dos toreros hurtan su cuerpo al toro cogidos de la misma capa.
Neruda- Federico y yo, amarrados por un alambre eléctrico, vamos a parear y a responder esta recepción muy decisiva.
Lorca- Es costumbre en estas reuniones que los poetas muestren su palabra viva, plata o madera, y saluden con su voz propia a sus compañeros y amigos.
Neruda- Pero nosotros vamos a establecer entre vosotros, un muerto, un comensal viudo, oscuro en las tinieblas de una muerte más grande que otras muertes, viudo de la vida, de quien fuera en su hora marido deslumbrante, nos vamos a esconder bajo su sombra ardiendo, vamos a repetir su nombre hasta que su poder salte del olvido.
Lorca- Nosotros vamos, después de enviar nuestro abrazo con ternura de pingüino al delicado poeta Amado Villar, vamos a lanzar un gran nombre sobre el mantel, en la seguridad de que se han de romper las copas, han de saltar los tenedores, buscando el ojo que ellos ansían; y un golpe de mar ha de manchar los manteles. Nosotros vamos a nombrar al poeta de América y España: Rubén…
Neruda- Darío. Señores…
Lorca- y señoras…
Neruda- ¿Dónde está, en Buenos Aires, la plaza de Rubén Darío?
Lorca- ¿Dónde está la estatua de Rubén Darío?
Neruda- Él amaba los parques. ¿Dónde está el parque Rubén Darío?
Lorca- ¿Dónde está la tienda de rosas de Rubén Darío?
Neruda- ¿Dónde está el manzano y las manzanas de Rubén Darío?
Lorca- ¿Dónde está la mano cortada de Rubén Darío?
Neruda- ¿Dónde está el aceite, la resina, el cisne de Rubén Darío?
Lorca- Rubén Darío duerme en su «Nicaragua natal» bajo su espantoso león de marmolina, como esos leones que los ricos ponen en los portales de sus casas.
Neruda- Un león de botica al fundador de leones, un león sin estrellas a quien dedicaba estrellas.
Lorca- Dio el rumor de la selva con un adjetivo, y como fray Luis de Granada, jefe de idiomas, hizo signos estelares con el limón, y la pata de ciervo, y los moluscos llenos de terror e infinito: nos puso al mar con fragatas y sombras en las niñas de nuestros ojos y construyó un enorme paseo de gin sobre la tarde más gris que ha tenido el cielo, y saludó de tú a tú el ábrego oscuro, todo pecho, como un poeta romántico, y puso la mano sobre el capitel corintio con una duda irónica y triste de todas las épocas.
Neruda- Merece su nombre rojo recordarlo en sus direcciones esenciales con sus terribles dolores del corazón, su incertidumbre incandescente, su descenso a los espirales del infierno, su subida a los castillos de la fama, sus atributos de poeta grande, desde entonces y para siempre e imprescindible.
Lorca- Como poeta español enseñó en España a los viejos maestros y a los niños, con un sentido de universalidad y de generosidad que hace falta en los poetas actuales. Enseñó a Valle Inclán y a Juan Ramón Jiménez, y a los hermanos Machado, y su voz fue agua y salitre, en el surco del venerable idioma. Desde Rodrigo Caro a los Argensolas o don Juan Arguijo no había tenido el español fiestas de palabras, choques de consonantes, luces y forma como en Rubén Darío. Desde el paisaje de Velázquez y la hoguera de Goya y desde la melancolía de Quevedo al culto color manzana de las payesas mallorquinas, Darío paseó la tierra de España como su propia tierra.
Neruda- Lo trajo a Chile una marea, el mar caliente del Norte, y lo dejó allí el mar, abandonado en costa dura y dentada, y el océano lo golpeaba con espumas y campanas, y el viento negro de Valparaíso lo llenaba de sal sonora. Hagamos esta noche su estatua con el aire atravesada por el humo y la voz y por las circunstancias, y por la vida, como ésta su poética magnífica, atravesada por sueños y sonidos.
Lorca- Pero sobre esta estatua de aire yo quiero poner su sangre como un ramo de coral agitado por la marea, sus nervios idénticos a la fotografía de un grupo de rayos, su cabeza de minotauro, donde la nieve gongorina es pintada por un vuelo de colibríes, sus ojos vagos y ausentes de millonario de lágrimas, y también sus defectos. Las estanterías comidas ya por los jaramagos, donde suenan vacíos de flauta, las botellas de coñac de su dramática embriaguez, y su mal gusto encantador, y sus ripios descarados que llenan de humanidad la muchedumbre de sus versos. Fuera de normas, formas y espuelas queda en pie la fecunda substancia de su gran poesía.
Neruda- Federico García Lorca, español, y yo, chileno, declinamos la responsabilidad de esta noche de camaradas, hacia esa gran sombra que cantó más altamente que nosotros, y saludó con voz inusitada a la tierra argentina que posamos.
Lorca- Pablo Neruda, chileno, y yo, español, coincidimos en el idioma y en el gran poeta nicaragüense, argentino, chileno y español, Rubén Darío.
Neruda y Lorca: en cuyo homenaje y gloria levantamos nuestro vaso.
Buenos Ayres, 1933
Federico García Lorca y Pablo Neruda