Fragmento de La vida es poesía, Diario de viaje de un poeta
Nuevamente trasladándome, en la búsqueda. Volvía a sentir esa emoción particular que uno experimenta cuando viaja. Recuerdo que un amigo dijo que el mejor momento de un viaje es cuando uno se traslada de un lugar al otro. En ese tiempo las expectativas permanecen intactas y no se debe tomar ninguna decisión. Hay que esperar solamente llegar al lugar que se ha elegido como destino. Es una suerte de tregua con el pensamiento y por ello éste se libera y muchas veces concluye acerca de cuestiones inimaginables u olvidadas.
Abordé el primer vuelo a la Isla de Ibiza. El azar se había hecho amigo mío y nada podía tranquilizarme más.
Poco antes de llegar me desperté y pude desde el aire ver la aproximación a esta porción de tierra flotante en este fuerte azul marino del Mediterráneo. Sentía que la tripulación y yo éramos los descubridores de estas islas que estando tan cerca del continente parecen tan alejadas.
Viajábamos a un lugar secreto y esta vez comprendí el silencio de los pasajeros en el aterrizaje, sellábamos un acuerdo implícito de no develar nuestro hallazgo. Necesariamente mis compañeros debían ser, al igual que yo, aventureros.
Cuando salí del aeropuerto busqué a mi alrededor indicios de encontrarme en una isla paradisíaca. Tenía muchas ganas de sorprenderme y verme en un lugar que nunca antes había imaginado. Quizá siempre exigí demasiado. Pero por alguna extraña razón quería hallar un sitio donde las cosas fuesen muy diferentes a las que ya conocía. Soñaba demasiado para luego decepcionarme al comprobar que todos los lugares que recorría estaban bajo el mismo cielo. Hice dedo hasta la ciudad y me encontré con este puerto muy pintoresco de alegres embarcaciones que flotan tímidas en un mar intenso. Una tranquilidad extrema, nadie tiene la expresión apurada y todos hablan con un detenimiento que parece irresponsable. Es mucha la variedad de gente que aquí llega y el deporte isleño pareciera el intercambio cultural.