Fue una mañana de mayo
la madre de un pedido
que el sol iluminó con un rayo
de luz y libertad para el susurro decidido.
La ventisca usurpadora
que luego invadió la escena,
no fue otra que la libertadora
que espantó al ajeno de esta tierra.
Las calles se inundaron de albedrío,
las casas se vaciaron de murmullo,
el Cabildo dejó su tinte gris y frío
para convertirse en el unísono de valor y orgullo.
Desde ayer oigo los gritos,
los que hoy resultan mudos,
desde ayer parecen chicos
los desafíos que enfrentamos ante el mundo.
¡Qué no se callen los latidos
eufóricos amantes de la verdad,
ya es tiempo que vuelva el gentío
a reclamar e imponer la libertad!