De lo mundano a lo celestial
A mi padre
Por tener que consentir a un hijo
Que sólo intenta poder honrarlo
Ennobleciendo el apellido con las letras.
A todos los hombres de todos los tiempos
Que extendieron las alas de la razón
Para volar hacia la sabiduría.
“El hombre no es principio ni fin,
creo que es continuidad”.
Adentrándose
En un mundo donde lo predominante es el dinero y sus sistemas de obtención y administración, yo me he ocupado de observar al hombre por lo que es, y no por lo que tiene o puede llegar a poseer materialmente.
El ser humano es un ser que participa de una creación divina y por ello no puede desentenderse de las razones y causas en las que se encuentra involucrado desde su nacimiento. Negar las condiciones distinguibles que posee el hombre con respecto a toda la naturaleza es absolutamente necio por la falta de sabiduría, cobarde por la falta de atrevimiento a ver más allá de la apariencia, y mediocre por no querer superarse a sí mismo intentando extraer a la luz lo mejor de su esencia.
Todos los hombres nacen iguales, no hay religiones, leyes, razas, que puedan engrandecer algunos y empequeñecer a otros. Cada uno avanza o asciende según la fuerza y pureza de su corazón. No hay límites para quienes escuchan sus nobles latidos que jamás podrán ser equivocados o malignos.
De esta manera creo que los hombres se diferencian entre sí por el nivel de vuelo que hayan alcanzado durante sus vidas entendiendo que su destino es el Cielo. Solamente los desgraciados de espíritu no extenderán sus alas y no volarán.
Así me he atrevido a idear un camino de ascenso hacia los aires que va desprendiéndose de lo mundano para alcanzar lo celestial. Esto no es una estructura cerrada ni obedece a un dogma certero, sencillamente es una apreciación poética de la liberación del alma, encerrada en el cuerpo, en el transcurso de la vida a la muerte. A ella van dirigidas estas palabras, al alma mía, para clarificar un poco mis ideas, y quizá debatir con otras de cuerpos ajenos para alcanzar la liberación de todas.
No puede ni debe haber un sueño mayor que tenga la vida en la muerte que el de conseguir el ascenso del alma.
Tierras de Adrogué, 2001