Caía el atardecer
como un vestido romántico
que la luna, al sur, luce por las noches.
El árbol viejo ya no molestaba a sus fuerzas
y dejaba libres las largas ramas
rendido al susurro jovial del viento.
Una casa antigua
sufría sus paredes
con la energía del desahuciado.
Allí mis manos intentaban pintar la escena
nostálgica de un presente que ya olía profundo
a recuerdo inconsciente del alma de la infancia.
Mis dibujos eran letras asesinas
que asediaban un papel indefenso
absurdamente crueles y fantásticas y coquetas.
El tiempo era futuro
y el pasado, todavía
no había llegado.
Mis primeras envidias
fueron esos pájaros que burlaban
mis lágrimas atraídas por el suelo.
La impotencia de no querer aceptar
que yo no tenía alas
y evadir así ese cruel duelo.
Venciendo el temor de las limitaciones
extendí mis letras, y así volé
aleteando las primeras poesías.
En ese ayer resigné mi desconsuelo
y recién hoy comprendo la belleza
de liberar mis voces desde un pequeño jardín…
…que ha sido mi vida, vocación y sueño…